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Carlos Semprún Maura

Contra la cultura, el fuego

Anunció la destrucción de las escuelas corruptas porque se han occidentalizado, y la apertura masiva de escuelas coránicas, en donde los niños aprenderían el Corán, íntegro y de memoria.

Match es un veterano semanario, fundado antes de la guerra mundial, entonces era Paris-Match, y ahora forma parte del grupo editorial Hachette-Fillipachi. Pese a que yo lo lea –salvo, a veces, en las antesalas de los dentistas–, es un semanario exitoso, bastante people, como dicen en Menilmontant, con muchas fotos. Por dar algún ejemplo, fue ese semanario el que lanzó al ruedo publicitario a Daniel Cohn-Bendit, durante los eventos de Mayo 68, quién publicó las fotos de Jacqueline Kennedy-Onassis, desnuda, y más recientemente, las de la hija adulterina de Mitterand, Mazarine.
 
Se presentó dicho reportaje como el descubrimiento de un secreto de estado, pero yo, que apenas frecuento a políticos, ya lo sabía todo sobre “la dama de la calle Jacob” y su hija. Y otras fotos célebres, como la de Mitterand muerto, en casa de su morgántica segunda esposa. Pues bien, este semanario intentó crear una cadena de televisión y fracasó, pero como ya habían realizado algunos reportajes, los están difundiendo por otras cadenas, y es así como vimos la otra noche, retransmitido por ITV, cadena de información continua –filial de Canal Plus–, un reportaje sobre los desastres del último terremoto en la región fronteriza entre India y Pakistán, concretamente en Cachemira.
 
 Dicho reportaje trataba de la actividad de una organización islámica radical, la “Asociación para la predicación y el combate”, aliada de Al Qaeda, y que, como actúa (mata) en esa región, estuvo presente en la zona siniestrada antes que las organizaciones humanitarias estatales y privadas. De ese privilegio geográfico se apuntaban faroles, afirmando que cómo fueron los primeros y los siniestrados lo saben, ahora les pueden pedir lo que sea y obedecerán. Su portavoz, el imán Tartempión (puede que me confunda), declaró tranquilamente que el terremoto era castigo de Alá, y los muertos se lo merecían por no ser buenos musulmanes. Con la misma pachorra, afirmó que esa región se iba a convertir en una nueva base de la guerra santa contra los infieles, hasta que el mundo entero se haya “convertido” al Islam. Anunció la destrucción de las escuelas corruptas porque se han occidentalizado, y la apertura masiva de escuelas coránicas, en donde los niños aprenderían el Corán, íntegro y de memoria. Y las matemáticas, ¿qué? Yo creía que formaban parte de la tan cacareada “tradición cultural” musulmana.
 
Para alegrar el personal, también se nos mostró a varios candidatos al suicidio, quienes para admiración de Jean Baudrillard, y demás señoritos de izquierda, proclamaban que su única ambición era suicidarse, matando al máximo de infieles, para acceder así rápidamente al paraíso, y contribuir al triunfo del Islam en el mundo entero. Entre esos “novios de la muerte” había niños, lo cual es lógico, ya que han comenzado a lanzar niños-bombas por las calles. Tía Mercedes, sentada en mi mejor butaca, lanzaba carcajadas nerviosas”. No te rías, le dije, que va en serio”. “Pero ¡es increíble!. ¡No tiene ni pies, ni cabeza, es un delirio”. “Pues no sólo lo dicen lo hacen” “¡No me lo puedo creer! ¡Están locos!”. Las cosas como son, jamás había visto un reportaje tan espeluznante en la televisión francesa. Comprendí que, como un eco algo amortiguado de las palabras del imán cachemir, la inquina para incendiar escuelas, bibliotecas, hospitales, iglesias, etcétera, nada tenía que ver con el nihilismo, o la barbarie sin rumbo, se traba de destruir los símbolos de la civilización occidental, en nombre del Islam conquistador.
 
Ante esta situación, las medidas restrictivas del gobierno, en relación con la inmigración, limitando el “reagrupamiento familiar” –por no hablar de la poligamia–, los matrimonios “blancos”, por un mayor y mejor control de los inmigrantes, etcétera, son desde luego necesarias, pero insuficientes. Lo que sigue faltando son las medidas nuevas para quienes deseen –no serán todos, demasiado tarde– ser realmente ciudadanos con los mismos derechos y deberes que los demás. No será nada fácil, sólo imprescindible.

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