Como a veces pasa, durante mi ausencia involuntaria han ocurrido algunas cosas dignas de un breve comentario. En otras ocasiones me he triturado los sesos buscando algo que contar sobre un París, o un país, en donde me daba la impresión de que absolutamente nada era digno de ser mencionado.
Resumamos los hechos: enfermo, el jefe terrorista Yaser Arafat ha sido admitido en un hospital militar de las cercanías de París. Los médicos han anunciado que comunicarán los primeros resultados de sus análisis el próximo miércoles, pero los consejeros políticos del terrorista ya han anunciado que no se trata de una leucemia, ni un cáncer, sino de un envenenamiento misterioso, con lo cual, implícitamente, se señala a los servicios secretos israelíes, no faltaba más. Hasta la enfermedad puede servir de propaganda. Mientras tanto, las autoridades palestinas preparan a duras penas su sucesión, como si ya hubiera muerto, o, en todo caso, como si fuese a salir incapacitado de este percance. Como era de suponer, las autoridades francesas se vanaglorian por haber acogido al "líder de la resistencia palestina".
Por las mismas fechas, los jefes de Estado y de Gobierno de los 25 países de la UE firmaban en Roma la Constitución europea, una Constitución que, es lo más probable, será rechazada por la gente sí es que se toman el trabajo de consultárselo por lo que nos encontraremos en un nuevo callejón sin salida. Voy a tener que leer ese mamotreto en su última versión, o sea la firmada en Roma. Leí la primera, la entregada por Giscard d'Estaing a las masas y a los gobiernos, y ya me pareció mala, demagógica y sin consistencia. Teniendo en cuenta la profunda desunión de Europa sobre problemas tan diferentes como la política agrícola común o la política exterior, el nombramiento de un presidente de Europa, pongamos, no solucionará nada, será un nuevo fantasma como lo es el patético Javier Solana.