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Carlos Semprún Maura

Desinformación

El otro día, en esa etapa de los Pirineos del Tour magníficamente ganada por Lance Amstrong, ningún comentarista pareció notar las pintadas “Gora ETA” en la carretera, durante varios kilómetros antes de la meta. Ni tampoco parecieron notarlo los corredores, que iban a lo suyo. Los periodistas deportivos galos sólo glosaban la caída de Amstrong, esperando que se volviera a caer, que se rompiera la crisma, que sufriera un infarto, que pierda el tour puesto que es yanqui. Algo parecido ocurrió en Roland Garros, cuando el público franchute abucheó soezmente a Serena Williams, logrando desmoralizarla. Hace tiempo que el espíritu deportivo ha desaparecido, si es que alguna vez existió, salvo en la mente del barón Pierre de Coubertin: “que gane el mejor”, cualquiera que sea su equipo, su club, su nacionalidad, que gane el deporte en sí. Ha sido sustituido por el fanatismo hincha, con sus violencias, y hasta sus muertos, y su dinero. Millones y más millones.

Durante la última Copa del Mundo, una joven (y bella) transeúnte, interrogada, a salto de mata, en una calle de Madrid, respondió que en absoluto le interesaban “esos millonarios en calzoncillos”. Me hizo gracia. Pero ese antiamericanismo radical, ya denunciado por Jean-Fraçois Revel, y pocos más, no se manifiesta sólo en materia de deportes, claro, además ha crecido muchísimo en torno al conflicto en Irak, al compás del chovinismo de Chirac. La otra noche, por radio, oí a un editor muy de izquierdas, despotricar contra sus colegas y la crítica, que se declaran antinorteamericanos, pero cuando se traduce y publica un libro Made in USA todos se entusiasman. Para defender la “expresión cultural francesa”, por lo visto, habría que prohibir los libros escritos en inglés, porque también Tony Blair, ya se sabe.

Hace tres o cuatro años, cuando el tonto de Yves Cochet, diputado Verde, interpeló al gobierno en la Cámara, exigiendo que prohibiera una película norteamericana que no le gustaba, hizo el ridículo. Hoy no sería lo mismo. Claro, mucho peor me resulta asistir a la fruición con la que prácticamente todos los medios comentan la muerte de soldados de la alianza en Irak. Es francamente indecente. Tampoco les asustan las contradicciones, porque al comentar la muerte de los dos hijos de Sadam, dan las biografías de estos dos monstruos, que retratan perfectamente la realidad atroz de esa tiranía, destruida por la intervención militar anglonorteamericana. Cualquier demócrata debería felicitarse por esta victoria, incluso si el camino de la paz y la democracia en Irak es arduo y los problemas pendientes inmensos.

Pues no, su sensacionalismo les impulsa a detallar los horrores del régimen iraquí de Sadam, pero su “sentido político”, les mueve a aplaudir las dificultades y las víctimas de las tropas aliadas que han liquidado dicho régimen. Y tan tranquilos. Y tan tranquilos también, cuando no aplauden, ante los atentados de ETA. Los informativos del martes por la tarde y noche, como si de meteorología se tratara, anunciaban que, como todos los veranos hace calor, también hubo bombas en Alicante y Benidorm y pasemos al calor en Francia.

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