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Carlos Semprún Maura

Días grises

Los franceses se consideran los propietarios de la idea "libertad", pero en realidad, y desde hace decenios, los hechos demuestras exactamente lo contrario: ahora, no les cabe en la cabeza que los centros comerciales puedan abrir los domingos que deseen.

Parece claro que lo único que funciona en Francia es la lucha contra ETA. 21 días después de la detención de Txeroki y de su compañera López, la policía gala ha arrestado a otros tres asesinos etarras. Evidentemente, ambas detenciones están relacionadas; no sé si habló Txeroki, su ordenador o algún documento incautado –eso es lo de menos–, pero lo cierto es que continúan los golpes contra ETA. Al menos en Francia, porque España es harina de otro costal; Rubalcaba aplaude, pero desde las gradas.

Ahora bien, nada más funciona correctamente en Francia: la economía se estanca, la cultura está por los suelos y el calentamiento del planeta se limita, desgraciadamente, al Polo Norte, que no deja de enviarnos sus oleadas de frío. Mientras tanto, el Parlamento se dedica a discutir acaloradamente asuntos tan ridículos como la conveniencia de que los grandes almacenes abran en domingo o la reforma de la televisión pública estatal. Los franceses se consideran los legítimos propietarios de la idea "libertad", pero en realidad, y desde hace decenios, los hechos demuestras exactamente lo contrario: ahora, no les cabe en la cabeza que los centros comerciales puedan abrir los domingos que deseen con los empleados que así lo consientan (cobrando el doble, eso sí).

Pues a nadie le gusta la idea. Los católicos por aquello del Jour du Seigneur (día del Señor), la izquierda por oponerse sistemáticamente a todo y los imbéciles porque lo son. Todos se han opuesto tan eficazmente que el Gobierno ha tenido que dar un paso atrás y posponer la votación de la ley que permitiría una apertura parcial de los grandes almacenes en domingo. Me ha encantado constatar, por cierto, que quienes aplauden la destrucción de la familia tradicional, de pronto, defienden con uñas y dientes el domingo como el "día de la familia" (como si la vida familiar dependiera de que los centros comerciales abrieran o cerraran durante este día).

Por otro lado, la reforma de la televisión estatal resulta más compleja, ya que tiene puntos de conexión con la libertad de expresión. En este caso, se discuten especialmente dos temas: si el presidente de la República puede nombrar al presidente de France-Televisions y la supresión de la publicidad en la cadena. Desde Mitterand, era el Consejo Superior Audiovisual (CSA) el que nombraba al presidente de la compañía pública. Pese a que al Consejo se lo calificaba como "independiente", en realidad no lo era, pues escuchaba servilmente las "sugerencias" del poder. La propuesta de reforma contempla que, tanto el CSA como el Parlamento tengan derecho de veto a la propuesta del presidente de la República, pero aun en ese caso, la idea es un aquelarre.

La supresión de la publicidad fue un proyecto del Gobierno de Jospin, pero se rajaron ante la oposición de los profesionales. No es que ser un proyecto socialista fallido lo convierta en un "buen proyecto", pero sí resulta gracioso observar cómo quienes eran favorables a la supresión de la publicidad con Jospin se enfurecen ahora cuando lo propone Sarkozy. Yo no tengo opinión, porque la publicidad no es algo que me preocupe; me irrita cuando hay demasiada, pero lo que me parece realmente grave es la miseria cultural y artística de la televisión. La "excepción cultural francesa" lo ha destruido todo, como hacía Atila. Con o sin publicidad, tanto la televisión estatal como la privada son una mierda. Y eso no tiene solución.

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