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Carlos Semprún Maura

El G8 y el tute

Allá, muy lejos en el tiempo y el espacio, cuando aun no se había inventado el “efecto invernadero” y por lo tanto hacía sol y calor en Budapest, en agosto de 1949, durante el Festival Mundial de la Juventud, gigantesca fiesta nazi de culto pagano a Stalin, en el hotelito de la delegación española, Santiago Carrillo nos echó un discurso, con ínfulas heroicas, hablando de guerrillas y lucha armada contra Franco, cuando Stalin ya había ordenado, dos años antes, liquidar las pocas guerrillas que existían en España, y Carrillo se encargaba personalmente de organizar el asesinato de los recalcitrantes que pretendían mantener los maquis, pues allí en el salón des ese hotelito, ni siquiera ruina del difunto Imperio austrohúngaro, el criminal de guerra Carrillo, terminó, con voz trémula, diciéndonos que “no quería saber quiénes, de estos jóvenes y entusiastas voluntarios, morirían y quiénes no”. Pero que todos, futuras víctimas o supervivientes, se merecían su más cordial saludo.

No sé porqué, el primer día del G8 de Génova, me ha venido a la mente, con letra de tango –“recuerdo de otros tiempos”–, esa siniestra payasada carrillista. Nada tiene que ver, aunque los hechos, perfectamente absurdos, pueden llegar a producir enfrentamientos sangrientos y hasta mortales. La prensa políticamente correcta, y no sólo francesa, vive una tragicomedia, su corazón está con las hordas anti-capitalistas, pero uno de sus líderes, Jospin, está con los dirigentes mundiales. Ralf Dahrendorf tiene razón al considerar que estas y otras cumbres mundiales toman o pretenden tomar decisiones al margen de los ciudadanos. Se puede matizar señalando que se trata de dirigentes elegidos, no como Fidel Castro, Sadan Hussein, Kim il Sung, Jiang Zemin y demás dictadores, contra los que nunca hay manifestaciones, pacíficas o violentas, incluso a veces las hay a su favor. Pero la democracia no consiste únicamente en votar cada cuatro o cinco años y cruzarse de brazos, mientras tanto. Exige asimismo la participación y el control por los ciudadanos de la acción de los dirigentes elegidos.

Nada tiene esto que ver con el nuevo “happening” reaccionario. Me huele a cosas vistas. Hace cuarenta años también se desarrollaron en Europa violentas manifestaciones anti-capitalistas, que parieron el terrorismo de las Brigadas Rojas, la RAF y demás. La diferencia, fundamental, es que ya no existen la URSS y sus satélites y sus servicios, KGB, Stasi y otros, que tanto provecho sacaron de estas “espontáneas manifestaciones juveniles”. Tampoco veo porqué la prensa servil protesta contra las supuestas medidas dictatoriales de la política italiana, para impedir disturbios, cuando los bárbaros ya están desde hace días en Génova, y han tenido que soportar el suplicio de escuchar a Manu Chao, por ejemplo. Ocurra lo que ocurra, ni Bush, ni Chirac, ni Putin, ni nadie, va a lograr que mejore el clima, que se cuide el Sida, que disminuya la pobreza, este fin de semana en Génova. Lo mismo hubieran podido estar jugando al tute.

Ironizaba el otro día sobre la miseria del “periodismo de veraneo”, pues debo reconocer que tiene alguna ventaja, ¡ ha desaparecido Francisco Umbral! Imaginen lo que habría escrito sobre Génova, con la imagen del Dolores Ibarruri en el cielo italiano, conduciendo sus borregos al paraíso del “socialismo real”. ¡ Una delicia!

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