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Carlos Semprún Maura

Escándalos publicitarios

La última novela de Michel Houellebecq, Plataforma, no se merece, a mi modo de ver, ni los ditirámbicos elogios que recibe ni las llamas de la islámica inquisición que la condenan. Resulta que el escándalo también está en decadencia, por un motivo muy sencillo: es programado con antelación, forma parte de la publicidad en el lanzamiento de un libro, una película, etc y estamos hartos de publicidad, y hay tanta pornografía por doquier que algo indigestos asimismo estamos. En relación con los prejuicios de la época, la rígida censura estatal que imperaba entonces (Sade estaba prohibido, por ejemplo), el “escándalo” Jean Genet fue mucho menor. Y, sin embargo, eran libros de un cálido erotismo homosexual, escritos por un ladrón profesional que se enorgullecía de serlo, con varios años de cárcel a cuestas, o sea, con todo para espantar a los pazguatos, y no espantó prácticamente a nadie. Es cierto que Genet escribía bien, mucho mejor que Houellebecq y no hablemos ya de la cajera institucional Catherine M.

Yo he encontrado Plataforma muy prudente. Por ejemplo: el escándalo internacional en relación con el turismo sexual en Tailandia, pongamos, se refiere esencialmente a la prostitución infantil. Nada de eso aquí. Las prostitutas son viejas, entre 20 y 30 años. Relata brevemente un viaje a Cuba, nota la miseria del pueblo y alude a las jineteras, pero, por si las moscas, sale un señor que pone por las nubes los “ideales de la revolución”, y sus protagonistas: Camilo Cienfuegos y “che” Guevara. No sé si Houellebecq ha elegido estos nombres adrede, ya que se trata de dos de las víctimas de la dictadura castrista. Cienfuegos, asesinado y Guevara, traicionado durante su criminal locura boliviana. Asimismo, las frases más duras y justas contra el Islam las pronuncia un egipcio. Es cierto que al protagonista, cuando la mujer que ama es asesinada por un comando terrorista islámico le entra tal rabia que desea que todos los musulmanes desaparezcan. No será políticamente correcto, pero es bastante humano. Porque ésta novela, a ratos entretenida, con una mala uva divertida y hasta tónica, también es una historia de amor, bastante lograda.

Lo escandaloso, y hasta peligroso, en cambio, es la reacción inquisitorial de los islamistas en Francia, apoyados por esas ONG subvencionadas por petrodólares árabes que quieren imponer en la “patria de los derechos humanos”, la censura coránica y el terror islámico. Bajo el pretexto de que Houllebecq critica el Corán (en realidad su egipcio), le tachan de racista y analfabeto. Pues bien, no sólo el Corán exalta la guerra santa contra los infieles, sino que equipara a las mujeres con las mulas. No digo que haya que prohibir el Corán, al revés, más valdría leerlo para darse cuenta de sus monstruosidades; ni que haya que quemar mezquitas, pero sí que se trata de combatir un fanatismo terrorista mundial, desde luego con las armas de la democracia, pero de combatirlo realmente.

A fin de cuentas, lo que hacen los talibanes en Afganistán no es más que aplicar estrictamente las leyes coránicas, y ya se ven los resultados. En este sentido, también Houllebecq es muy prudente. Pero se trata de una novela, y cuando se ven a Fidel Castro, Arafat y otros humanistas dar cursos magistrales sobre los derechos humanos y el antirracismo en Durbán pues cualquier cosa mariposa.

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