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Carlos Semprún Maura

Este mes de noviembre

El Gobierno está en condiciones de ganar la batalla, porque tiene apoyo popular para muchas de sus reformas previstas o iniciadas; lo único que queda por ver es si tendrá la firmeza de aguantar una oleada de huelgas.

No entiendo por qué todo el mundo –opinión pública, médicos, medios, políticos y amas de casa– celebran lo que los cursis llaman "aumento de la esperanza de vida", porque la vejez es un suplicio. Entras en el corredor de la muerte, tu vida queda detrás de ti, sabes que te quedan tres días, tres meses, o tres años antes de desaparecer y mientras tanto, tus músculos se debilitan, tus piernas te abandonan –¡hasta las escaleras se convierten en problema!–, tu vista y tu oído menguan –como la luna de Cayetano Veloso– y tú, que jamás habías pisado un hospital, cada dos por tres estás en esos siniestros cuarteles. Y, además, tanto viejo cuesta caro.

Y así, como quien no quiere la cosa, pasamos a la actualidad de este mes de noviembre, que se anuncia rico en huelgas y manifestaciones. Si bien todos estos conflictos anunciados y programados atañen a funcionarios de diversas categorías, no todos tienen los mismos objetivos. El día 13 habrá nueva huelga de transportes, esta vez ilimitada. Los motivos son los mismos que la del mes pasado: los "regímenes especiales" de pensiones. Quieren mantener sus 37,5 años de cotización y no pasar a 40, y en breve a 42. Pero, como decíamos, cuando los jubilados son cada vez más numerosos y más viejos y los activos menos, en comparación, para mantener las pensiones no hay más remedio que alargar los años de actividad y de cotización, o aumentar estas. Y el reto de los sindicatos al Gobierno, resumido en la consigna "si queréis la igualdad que todos coticen solo 37,5 años, como nosotros" es tan imbécil que ni ellos mismos se lo creen.

El segundo motivo principal de estas huelgas anunciadas son los salarios. Y en este caso es cierto que el aumento de precios no ha sido compensado con un aumento de los salarios de los funcionarios. Porque todo aumenta: los alquileres, la gasolina, la electricidad, el gas, los transportes y hasta la baguette, tan apreciada por el ilustre memo Paco Umbral. En cambio, la reducción del número (pletórico) de funcionarios, otro motivo corporativista de descontento y huelga es una medida justificada. Pero no nos llamemos a engaño, el trasfondo de estas huelgas y manifestaciones es político. En Francia no puede haber reformas, por timoratas que estas sean, sin resistencia al cambio. Puede que la batalla –anunciada, entre otros, por un servidor– se libre este mes de noviembre. El Gobierno está en condiciones de ganarla, porque tiene apoyo popular para muchas de sus reformas previstas o iniciadas; lo único que queda por ver es si tendrá la firmeza de aguantar una oleada de huelgas.

Mientras tanto, Sarkozy se ha apuntado otro tanto al ir al Chad y volver con las cuatro azafatas españolas y los tres periodistas franceses, los menos culpables en esta monstruosa operación de compra y venta de niños chadianos del Arca de Zoé. Verdes y socialistas ladran su indignación: "Eso es política-espectáculo". Lo vuestro también; la diferencia es que es un espectáculo lamentable.

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