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Carlos Semprún Maura

Grandes y pequeñas maniobras

Cuando podían impedir que en tal o cual barriada, o calle, o casa, se instalaran moros o negros, lo hacían, incluso cuando esa misma mañana se habían manifestado "contra el racismo".

En los países que fueron imperios coloniales –como Reino Unido, Francia, Holanda, etcétera–, los problemas de la inmigración no se plantean exactamente de la misma manera que en los países cuya inmigración es mucho más reciente, como España. En este sentido, la llegada masiva de turcos a Alemania y otros países europeos es mucho más reciente y plantea problemas algo diferentes a la presencia de magrebíes en Francia. Hay que tener en cuenta, además, que Argelia fue jurídicamente considerada, antes de su independencia, como francesa. Estaba dividida en tres departamentos franceses y los argelinos, ciudadanos franceses, viajaban con pasaporte francés. Claro, la guerra hizo explotar todo eso y acrecentó el odio y el racismo.

Hace treinta años, y sobre todo desde que la izquierda domina en los medios, siempre, y en el gobierno, muchos años, existe una contradicción que considero grave entre el discurso oficial, la propaganda mediática, la coba incesante a los magrebíes y a los africanos –todos los años la televisión estatal celebra el Ramadán, por ejemplo– y la realidad cotidiana, que muestra que para la población inmigrada hay más paro y más discriminación en el empleo, el alojamiento, el acceso a la universidad, etcétera, que para el resto de los franceses. Porque la mayoría de los "musulmanes de origen magrebí" son franceses y si hace diez años las mequitas estaban vacías (teniendo en cuenta los 4 o 5 millones de "musulmanes", las estadísticas son vagas), hoy están llenas, y lo están desde la ofensiva generalizada del islam radical en todas partes. Se trata pues de un fenómeno tan político como religioso. Un Corán agresivo nutre y justifica ideológicamente la agresividad de sectores musulmanes de la población.

Esta contradicción entre las palabras y los hechos, entre los discursos, siempre demagógicos, y la realidad, constituye un verdadero polvorín, dinamita pura. "Puesto que somos tan cojonudos, ¿porqué no se nos trata cojonudamente?". Dicho en términos finos, esta es la expresión de la mentalidad de muchos hijos o nietos de inmigrantes, y puesto que no se les da lo que merecen, lo cogen, lo roban, o lo destruyen. La respuesta sería sencilla, en teoría: tienen los mismos derechos y deberes que los demás ciudadanos franceses, ni más, ni menos. Pero, como en la práctica, sus derechos son "iguales", aunque menos, consideran que no tiene el menor deber, e insultan a Francia constantemente.

No hay que olvidar el racismo de buena parte de los franceses: cuando llegaban familias magrebíes a un barrio, una urbanización, un suburbio, los franceses huían. Y cuando podían impedir que en tal o cual barriada, o calle, o casa, se instalaran moros o negros, lo hacían, incluso cuando esa misma mañana se habían manifestado "contra el racismo". En la mayoría de los arrabales de ciudades francesas, hace tiempo que no se respeta la "ley republicana" tan cacareada; se respeta la ley de las bandas, mucho más ricas que los habitantes de a pie, y sobre todo la ley islámica, porque esta situación es terreno abonado para la "propagación de la fe". Lo cual se niegan a tenerlo en cuenta todos, como niños que cierran los ojos para que desaparezca el coco; son tan obtusos que se creen que negando el problema, lo solucionan.

Hoy tenemos el "caso de Montfermeil" (París). Sospechoso de haber dado una paliza a un chófer de autobús –no se nos dice si es francés de origen, o no–, ha sido detenido un joven "de origen magrebí". Inmediatamente los jóvenes "de origen" se rebelan, incendian coches, atacan la alcaldía y el domicilio del alcalde (que intenta mantener el orden en su comuna) y Francia se pone a temblar, temiendo la repetición de los graves disturbios del pasado otoño. Pues, señores, todo depende de lo que de decidan los imanes.

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