Hoy entra en vigor el llamado Protocolo de Kioto, una de las más gigantescas estafas de los tiempos modernos. La vergüenza internacional no es que USA no lo haya firmado, la vergüenza reside en que sea el único gran país en haberse negado. En Le Figaro de ayer martes, Bjorn Lomborg, especialista en medio ambiente, organizador del llamado “Consenso de Copenhague” escribía que dicho “protocolo” iba a costar ciento cincuenta mil millones de dólares al año para una eficiencia nula. Añadía que, según la ONU, la mitad de esa suma bastaría para dar agua potable, un sistema sanitario y una enseñanza básica a todos los habitantes, niños y adultos del planeta. No es la primera vez que científicos, sin negar los problemas del medio ambiente incluido el “efecto invernadero”, rechazan como inútiles, demagógicas y absurdas las medidas propuestas, y muy particularmente las de Kioto
Cabe preguntarse quién va a pagar esos ciento cincuenta mil millones de dólares, y en qué bolsillos van a ir a parar. La estafa climática no es la única, las hay de todo tipo y para todos los gustos que alimentan las cajas negras de innumerables ONG. Por ejemplo, la campaña contra los productos genéticamente modificados, que ha calado hondo en la opinión pública, haciéndola creer que son peligrosos para la salud, y, por lo tanto, para la vida de los consumidores. Mentira absoluta, cuyo objetivo es proteger la ultrasubvencionada agricultura europea, de la “invasión” de productos más sanos y más baratos (pero con menos sabor) que los suyos. O todas esas “acciones contra el hambre”, que sólo dar de comer –y opíparamente– a sus funcionarios. Como, en otro terreno, la campaña de las celestinas occidentales, ocupadas, con éxito, a coser la virginidad humanista del Corán, o la de cuna del buen comunismo etcétera. Mucha mentira nos rodea, pero la estafa climática ha cobrado proporciones gigantescas y procura beneficios faraónicos. Si quieren purificar la atmósfera, señores, comiencen por impulsar la energía nuclear civil y los motores “limpios” de los vehículos. Más tecnología moderna y menos impuestos. Y a la papelera, con el protocolo de Kioto.