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Carlos Semprún Maura

Las cosas de la vida

Yo no he creído ni creeré jamás al estafador Al Gore, que se está forrando con una película de ciencia-ficción.

El pasado sábado por la tarde teníamos cita con un viejo amigo, un actor de profesión al que teníamos algo perdido de vista. El lugar de la cita era el primer piso del "Le Flore"; como vive al lado, lo ha convertido en sucursal o despacho privado. Como yo no frecuento más ese café, no sabía que en el primero piso ahora se prohíbe fumar. Al constatarlo, apenas llegó nuestro amigo le dije: "Yo aquí no me quedo. No soporto que me prohíban fumar." Cruzamos el bulevar y nos instalamos en "Chez Lipp". Pregunto al camarero si se puede fumar. "Desde luego", responde. "Aquí somos partidarios de la libertad". Le felicité por su filosofía liberal, especie en vías de desaparición, y nos sentamos para tomar unas tapas à la française.

Charlamos –viejos recuerdos, amigos difuntos–, nos disputamos de nuevo por motivos políticos y volvimos a casa temprano. Como era sábado había cola en la parada de taxis y además los taxistas se enfurecen cuando se trata de un trayecto de apenas cinco minutos. Volvimos en metro. Al llegar puse la tele para ver las informaciones de la una y me enteré de que todo lo que acabábamos de hacer era imposible. La luz en "Le Flore" y "Chez Lipp", las luces en el bulevar, los semáforos funcionando, el metro, el ascensor, la televisión; todo era imposible porque había un corte de electricidad gigantesco y, en Paris, había afectado particularmente en los barrios de San Germán de los Prados y Montparnasse, precisamente donde habíamos estado y donde vivimos. ¡Y no nos habíamos enterado de nada! Qué paletos que somos. Dicho sea de paso, el procedimiento de socorrer una avería del sistema eléctrico en Alemania cortando, sin previo aviso, la electricidad de millones de usuarios en Francia, Holanda, España, Portugal, etc. me parece un aquelarre técnico. Pero claro, no soy nada técnico y retrospectivamente me alegré por no haber permanecido prisionero durante horas en el metro o en el ascensor.

En una freudiana asociación de ideas, esa avería me hizo pensar en la histérica y rentable campaña actual sobre los peligros del clima. Yo no he creído ni creeré jamás al estafador Al Gore, que se está forrando con una película de ciencia-ficción. Y, desde luego, tampoco en los farsantes y reaccionarios verdes, quienes bajo sus milenaristas ataques contra la polución, en realidad atacan el progreso, el desarrollo científico e industrial y, a fin de cuentas, el capitalismo. Pero como soy relativamente sensato, no soy adversario del principio de precaución, que tiene una traducción inmediata: el desarrollo de la energía nuclear civil, sin polución.

La condena a muerte de Sadam Husein ha revelado una vez más la infinita hipocresía y la cobardía de la UE. Fingen ser adversarios de la pena de muerte,urbi et orbi,cuando en realidad les da pánico aparecer como "enemigos del mundo árabe" si no condenan esa condena. Yo también soy adversario de la pena de muerte, pero en Irak, donde mueren cien inocentes al día víctimas del terrorismo, y tratándose de un tirano directamente responsable de cientos de miles de asesinatos y de dos guerras imperialistas, hay que reconocer que las cosas cambian. ¿No se hubiera ahorcado a Hitler si no hubiera tenido el buen gusto de suicidarse?

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