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Carlos Semprún Maura

Las tortillas del día siguiente

Como previsto, los diputados votaron el proyecto de nuevo estatuto para Córcega en primera lectura. Ahora, el texto tiene que pasar al Senado, que tal vez lo vote, y vuelta a la Asamblea, y así vamos tirando hasta las elecciones del año que viene. Aparentar apertura y no decidir nada puede producir votos. Como ya tuve ocasión de señalar, el proyecto votado está bastante descafeinado en comparación con sus primeras redacciones. Así, por ejemplo, la enseñanza del corso ya no es obligatoria, la Asamblea corsa podrá adaptar ciertas leyes, pero muy pocas, y si los corsos se hacen dueños de su litoral, no será para protegerlo, no seamos idiotas, sino para ser ellos lo únicos propietarios de su destrucción, o si se prefiere de su construcción.

Nuestras propias costas son un modelo de destrucción construcción: destrucción de bellezas naturales y construcción de horrores por doquier, en las que desempeñó un papel prominente el PC francés. ¿A que no lo sabían nuestros internautas? Varios líderes de la oposición, como Giscard y Balladur, votaron dicho proyecto, después de que el Gobierno les hubiera prometido que se trataba de un primer paso hacía una verdadera descentralización en todo el país. Esto de la descentralización ya no sé si es el cuento de la lechera, o el de nunca acabar. De todas formas, Gobierno y Parlamento actúan como los laboratorios farmacéuticos: prueban prudentemente un nuevo remedio y si da buenos resultados, lo pondrán en venta libre en 2004.

A propósito de “lenguas regionales”, y en particular del corso, Jean-Claude Casanova, director de la excelente revista Comentaires, publica hoy en Le Figaro un artículo en el que recuerda que el corso es un dialecto del italiano, una lengua únicamente hablada, no escrita. En Córcega, clero y letrados escribían en italiano hasta el siglo XIX, en el que se pusieron a escribir en francés. La enseñanza del corso debería ser, pues, la enseñanza del italiano, cosa que considera muy positiva, en el marco de la construcción europea, en la que, es obvio, los europeos deberían conocer más lenguas europeas, incluido el italiano. Lo mismo en relación con el alsaciano, bastardo del alemán. No se trata de prohibir nada, claro, ni siquiera el bretón en Bretaña, se trata de impulsar, creemos muchos, el conocimiento de las grandes lenguas europeas, curtidas por los siglos, y que se han impuesto gracias a su eficacia y a su belleza. Sí, repito, su belleza. Hay lenguas más bellas que otras y también por ello se impusieron. Eso no lo decido yo, por capricho, lo constato como evidencia, aunque en estas refriegas lingüísticas, jamás se aluda a la belleza.

Ya está. El diario comunista L´Humanité se ha pasado al capital privado. Digo bien, privado, porque hace decenios que había enterrado las banderas de la lucha de clases y de la dictadura del proletariado, para defender el capitalismo estatal contra el privado. Pero ahora, TF1, Hachette, los tanques y misiles Matra y otras empresas y personas millonarias han entrado en el capital de ese diario obrero. Y ese periódico y ese partido, ya que sigue bajo control del PCF, que pretendía rejuvenecerse atacando la moderación del Gobierno y los despidos en Danone, Moulinex, etc., despide al 40% de su plantilla. Cuando algunos periodistas malévolos les preguntan si no se sienten molestos ante tamaña contradicción entre los dichos y los hechos, responden: “No tienen nada que ver, los nuestros son despidos comunistas, los otros, infames despidos capitalistas. Todo ese dinero, añadido a las subvenciones estatales que ya cobran, no les servirá para nada, un periódico no vive sin lectores, y no los tiene. Lo mismo que L´Unitá o Mundo Obrero. Ese comunismo impreso sólo se vende en El País.

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