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Carlos Semprún Maura

Las vacas locas

En 1986, en Suecia, un periodista científico publicó un artículo alertando sobre la peligrosidad extrema de alimentar animales herbívoros con harinas cárnicas. Dicho artículo encontró mucho eco entre la población y el Gobierno se interesó por el problema. El resultado fue la prohibición de dichas harinas y un severo control veterinario. No ha habido “vacas locas” en Suecia. Ni en Suiza, por motivos análogos.

Como todo el mundo recuerda, salvo los Gobiernos, hace unos quince años, una tremenda epidemia de “vacas locas” se desarrolló en el Reino Unido. Con mucho retraso, el Gobierno británico tuvo que tomar las medidas imprescindibles: prohibir las dichosas harinas, y realizar una matanza masiva del ganado enfermo y de las reses probablemente contaminadas. Esas medidas drásticas, lograron erradicar la epidemia de EBB (Encefalopatía Espongiforme Bovina). Por lo visto, algunos fabricantes británicos, encontrándose con un stock de harinas animales que no podían utilizar, las vendieron a otros países europeos a bajo precio. ¿Quiénes fueron los más culpables, los que las vendieron sabiéndolas mortíferas, o los que las compraron, sabiendo lo mismo?

Si las harinas animales han sido tan utilizadas y tanto se ha retrasado su prohibición, es porque parecían casi milagrosas: el ganado crecía y engordaba más deprisa, las vacas lecheras daban más leche, etc, pero son mortales. La ciencia no siempre se impone a la naturaleza, lo cual no constituye una condena de la ciencia, sino un sencillo recuerdo de que, como toda actividad humana, exige un mínimo de inteligencia.

Hace más o menos cinco años, teniendo cita para almorzar, en París, con los Cabrera Infante, Miriam me dijo: “Llévanos a un restaurante donde podamos comer buena carne, en Londres no podemos desde hace siglos, por aquello de las vacas locas”. Les llevé pues a un restaurante en donde comimos carne, cosa de lo más sencillo en París, entonces. Hoy sería al revés, no se come carne en París, o apenas, en cambio se puede en Londres.

Si muchos países europeos han tenido y aún tienen actitudes cobardes ante la epidemia, privilegiando los intereses económicos a la salud de los ciudadanos, la excepción francesa se merece el Nobel de la hipocresía y de la mentira. Durante años, las autoridades afirmaron que todo estaba bajo control ya que prohibían la importación de vacuno británico, y además eran los únicos. Cuando se desarrolló la epidemia en Francia, intentaron ocultarla. No pasa nada, somos el país faro en cuestiones de sanidad alimentaria, ya que prohibimos el vacuno británico.

La mentira persistía, mientras aumentaba vertiginosamente la epidemia, hasta que el presidente Chirac, por sorpresa y en televisión, exigió la prohibición inmediata de las harinas animales. La reacción del gobierno social comunista fue un modelo de demagogia embustera. Atacaron duramente a Chirac, acusándole de crear pánico, por motivos electorales (¡pues viva las elecciones!), pero prohibieron las dichosas harinas. Mientras tanto las carnicerías se convirtieron en algo así como andenes vacíos de estaciones provincianas.

La revista británica Nature acaba de publicar un informe según el cual los casos de vacas locas en Francia no serían 115, cifra oficial, sino más de 7000 (más que en Inglaterra), y que varios centenares de esas reses enfermas ya habían pasado por los mataderos, los restaurantes y los hogares, y consumidas. Por tanto, digan lo que digan los políticos y los científicos a sueldo, salgan o no salgan en la foto comiendo solomillo, habrá muertos de la enfermedad de Creutzfeld-Jakob en Francia. No serán millones, ni miles, según lo que hasta ahora se sabe, y es muy poco, serán algunas docenas.

En cambio se sabe quiénes son los responsables: Lionel Jospin y sus ministros de Agricultura y Sanidad, los sindicatos agrícolas, que quieren vender a toda costa, y todos los peritos y expertos científicos y veterinarios que les han ayudado a disimular y a no hacer nada, mientras la epidemia se desarrollaba, y lo sabían. El mismo escándalo que el de la sangre contaminada con Sida. Una vergüenza.

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