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Carlos Semprún Maura

Leer a la sombra

El desprecio de muchos directores de periódicos por la literatura se manifiesta, implícita pero claramente, en verano. En efecto, reservan la publicación de novelas por entregas, cuentos, páginas seleccionadas de próximas apariciones, etcétera –resumiendo, literatura– al “periodismo de verano”, junto a la publicidad de cosméticos, cremas solares, recuento de playas y culos en bikini, chismes de sociedad, amoríos fugaces y bronceados, y demás manifestaciones de desprecio al lector. Tratan a este como si, durante las vacaciones, se volviera tonto y perezoso, no quisiera saber de problemas candentes, políticos o filosóficos, de las guerras que no cesan. Los directores de periódicos parecen creer que el lector ha dejado la poca inteligencia de la que dispone en su armario, junto a las gabardinas y abrigos otoñales; echémosles, pues, literatura, pero sólo hasta septiembre, luego volveremos a las cosas serias.

Pues bien, hablando de literatura. Hace unos días se armó un mini escándalo cuando se concedió el premio Sade a Catherine Millet por su libro La vida secreta de Catherine M.. No sin razón, algunos guardianes de la tumba del Divino Marqués, como Jean-Jacques Pauvert y Annie Le Brun, protestaron. Consideraban que se trataba de un mal libro. Es pésimo y, por ello, tiene tanto éxito. Seré sincero: leí las cuarenta primeras páginas, me aburrí muchísimo, lo hojeé para ver si algo cambiaba, pues no, siempre tan monótono y mal escrito. Leí lo suficiente para darme cuenta de su ausencia de estilo, la multiplicación de los penes no aporta más que aburrimiento, la repetición crea hastío. Resumiendo, es un libro frígido. Que su autora lo sea o no en su vida “secreta”, a mí plín, su libro lo es.

Confieso ser aficionado al sexo, en la vida, claro, pero también en los libros. Esto último a condición de que se trate de literatura, y aquí sólo hay pornografía aséptica. Lo más grotesco del caso es que, teniendo en cuenta el éxito, la Millet y su macarra marido, Jacques Henric, no paran de hablar por radio y televisión. Ella, con su pinta de maestra socialista que sufriera estreñimiento, jaleada por su marido –que ha publicado un libro de fotos de su mujer en pelotas ¡menuda tristeza!–, insiste en su pudor y su espiritualidad. Sabíamos que el sentido de las palabras se había adulterado y prostituido, pero ¡hasta ese punto!

Desde que el presidente Chirac lo abordó el 14 de julio, durante la ritual entrevista por televisión, la cuestión de la inseguridad se ha puesto de moda. Pese al verano, y al colapso de la inteligencia, la prensa trata el tema y será una cuestión central en las próximas elecciones, La verdad es que, si hay un aumento real de la delincuencia, es mucho menor que el incremento de una psicosis de miedo, que se basa en esa realidad, pero está alimentada y exagerada por la utilización partidista y sensacionalista que se hace del tema. Desconfío de las estadísticas, porque sé que las mismas cifras pueden ser utilizadas de manera muy diferente. Pero, ¿cómo podrían existir estos delitos, cuando no existían teléfonos móviles, o sea hasta hace relativamente pocos años? En cambio, no han aumentado los atracos de bancos.

Chirac y la oposición denuncian la pasividad e ineficacia del Gobierno y del Ministerio de Interior. El ejecutivo y su mayoría, a base de estadísticas, ¡no faltaba más!, se sacan de la manga buenos resultados, y lanzan sus comandos de sociólogos para explicarnos que la delincuencia no puede tratarse únicamente desde el ángulo policial, ya que es un problema social, laboral (el paro), de educación y de espíritu cívico. No es del todo falso, desde luego. Pero, si se tienen en cuenta las escuelas en ruinas, el espíritu cívico desaparecido, el paro persistente, la urbanización delirante y la imbecilidad triunfante de la social burocracia, tendremos delincuencia para rato. Y aumento asegurado.

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