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Carlos Semprún Maura

Leyes y leguleyos

Estamos asistiendo al triunfo de la "novolengua" orwelliana, y parece como si nadie se diera cuenta. Fumar os mata, dicen, y la imbecilidad ¿qué?

En Francia, poco a poco, y sin que la gente parezca enterarse, se está restableciendo la censura. La semana pasada se votó en la Asamblea Nacional (y se está discutiendo en el Senado), una ley que prohíbe la homofobia, así como las declaraciones displicentes hacia los minusválidos. Esto concierne esencialmente a las expresiones, ya sean escritas o habladas. Por poner algún ejemplo, estaría terminantemente prohibido decir, o escribir, "maricón de playa", o ese "ciego, cojo o jorobado de mierda". Ya existía una ley que prohibía la expresión de opiniones antisemitas o racistas, pero es una ley ambigua, porque en realidad lo que se censura son las opiniones que puedan recordar la propaganda nazi, incluyendo, pero no exclusivamente, el antisemitismo y el racismo (curiosamente, en Francia, siempre se separa el antisemitismo y el racismo, como si fueran fenómenos distintos).
 
En cambio, el actual antisemitismo de izquierdas, más pujante que nunca, no sólo no se le censura, sino que se le aplaude. Desde los años treinta, y más que en los años treinta, jamás hubo tantos libelos, artículos, emisiones, consignas y gritos en multitudinarias manifestaciones expresando un virulento antisemitismo, a veces disfrazado de "antisionismo". Y no pasa nada, al revés, crece y se fortalece, sin que esa ley de marras sirva de algo. Pero volvamos a esa pazguata censura de andar por casa, que para más inri se presenta como avance de la democracia. Imaginemos que los corsos, los bretones, los calvos, los gordos, los viejos y las mujeres feas crean también sus ONG's y exigen que no se les menosprecie. E imaginemos acto seguido en que se convertirían la prosa hablada o escrita, con todas esas censuras y prohibiciones. Estamos asistiendo al triunfo de la "novolengua" orwelliana, y parece como si nadie se diera cuenta. Fumar os mata, dicen, y la imbecilidad ¿qué?
 
El gobierno Raffarin está en funciones desde hace dos años y medio, y desde el principio se habló de suprimir, o al menos reformar, la nefasta ley de las 35 horas. Naturalmente, en todo este tiempo, no han hecho nada de nada. La culpa de este inmovilismo la tiene, en gran parte, el Presidente Chirac cuando declaró que no se podía suprimir dicha ley, porque constituía una conquista social, pero que se podía, al menos, retocar. Pues lo mismo declaró la madre de la criatura, Martine Aubry, desde la oposición, claro. Recientemente, Raffarin, se ha decidido, por fin, a reformar tímidamente la ley para permitir "a quienes quieran trabajar más, para ganar más, poder hacerlo".
 
Ya que la oposición crítica a este gobierno por ser demasiado "liberal", cabe preguntarse ¿qué tiene de liberal el hecho de que sea el gobierno quien decida que las horas "extras", pueden pasar de 180 a 220 al año? ¿No sería más sensato que fueran las necesidades de la producción –y el mercado–, los acuerdos entre empresarios y trabajadores los que decidieran aumentar o disminuir las horas de trabajo anuales?

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