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Carlos Semprún Maura

Los muertos votan

Hollande, en cambio, como Dumas, Jospin, Sophie Marceau y otros, afirman que votaría “sí”, y que además ya ha pedido una dispensa para salir de su tumba el 29 de Mayo

La Constitución europea es un texto tan enrevesado y contradictorio que aún se sigue discutiendo si es eso: una Constitución o sólo un Tratado. Es un tratado, como el de Mastrique o Niza, afirma Roland Dumas, ex amigo y ministro de Exteriores de Mitterand. Es una Constitución grabada en el mármol, repite Laurent Fabius, ex amigo y primer ministro de Mitterand. Con la misma caradura que intelectuales y cineastas de postín hacen votar “sí” a ilustres muertos como Cervantes –cuyo Quijote sentaría las bases teóricas de la Europa-unida-jamás-vencida–, o Goethe, y no hablemos de Víctor Hugo, primer redactor del texto constitucional, antes que Giscard inclusive, en el microcosmo galo, y la probeta socialista, todos se disputan el voto póstumo del Presidente Mitterand. Su Viuda Alegre, dice que votaría “no”, como Fabius; Hollande, en cambio, como Dumas, Jospin, Sophie Marceau y otros, afirman que votaría “sí”, y que además ya ha pedido una dispensa para salir de su tumba el 29 de Mayo. En la guerrilla de los sondeos, el “sí”, que había recuperado, debido a la defensa del “no” por José Bové, ha dado un pasito atrás. Los dos últimos sondeos que he visto, se sitúan así: 51% para el “sí”, y, lógicamente, 49% para el “no”. En el segundo, empate absoluto: 50% de “síes” y “noes”.
 
Mientras tanto Dominique de Villepin, ministro de Interior, ha preparado un plan de lucha contra la inmigración clandestina, que ha sometido, este miércoles por la mañana al Consejo de Ministros, y que, se supone, deberá ser aprobado por el Parlamento. La moraleja de este plan, tal y como la define el ministro y la comenta la prensa, es bien sencilla: “exactamente lo contrario de lo que han hecho los españoles”. O sea nada de regularización masiva de clandestinos. Este, plan, en efecto, se basa en un reforzamiento de los controles administrativos y policiales, para limitar al máximo la entrada de inmigrantes clandestinos y facilitar su expulsión. Tratándose, por ahora, de un proyecto, veremos si el gobierno y el Parlamento lo aprueban, o modifican, y cuál será su eficacia en los meses y años venideros. Hoy por hoy, es evidente, que las políticas de inmigración europeas son totalmente diferentes y hasta opuestas. Los defensores de la Constitución, afirman que se armonizarán si se vota. No apostaría un solo duro –perdón, euro– al respecto. Lo único seguro es que con Zapatero en España y Fischer en Alemania, los traficantes de clandestinos tienen sus beneficios asegurados. La cuestión de la inmigración sigue siendo un rompecabezas sin solución. La represión no sirve, y la laxitud menos.
 
Después de las ceremonias de exaltación de la URSS y de rehabilitación de Stalin, con la coartada de la celebración de la victoria, el 8 de Mayo de 1945, la UE y Rusia han firmado en Moscú, otro tratado, éste de cooperación, y, mientras Putin y Chirac inauguraban la estatua a la gloria del general de Gaulle en una plaza de Moscú, el presidente de turno de la UE, el luxemburgués Jean-Claude Juncker, más memo aún que Moratinos, declaraba que entre la UE y Rusia no se vivían una “luna de miel” sino un “gran amor”. Sentado en la tribuna de la Plaza Roja, el fantasma de Stalin se desternillaba de risa. Está visto que los pesimistas siempre nos equivocamos, todo es aún peor.

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