Menú
Carlos Semprún Maura

Mi banco en el banquillo

Digo “mi” sencillamente porque cuando abrí mi primera cuenta corriente, hará cosa de dos siglos, lo hice, claro, en la sucursal de banco más próxima de mi domicilio, y resultó ser el Crédit Lyonnais, y allí sigo, pero, ni yo, ni los millones de clientes de ese banco, estamos en el banquillo, sino los ex dirigentes del CL, y algunos altos funcionarios del Ministerio de Economía de entonces, por los años 1992/93, cuando Mitterand era presidente, Pierre Beregovoy, primer ministro, y Michel Sapin, ministro de Economía y Finanzas, también procesado, pero aparte ¡qué curiosa es la Justicia en todos los países! El caso más espectacular es el de Jean-Claude Trichet, actual Gobernador del Banco de Francia, candidato a la presidencia del BCE, y entonces secretario de estado del Tesoro.

Lo más probable es que este proceso tardío funcione como potente lejía para lavar manchas, y además es cierto que la culpa de todo la tuvo el poder político, el Gobierno y aún más el presidente Mitterand, quien creyéndose, no sólo monarca francés, sino sultán de Persia, utilizaba el CL, banco estatal, como si fuera su caja negra personal, ordenando que concediera créditos ilimitados y gratuitos a Bernard Tapie, que “regalara” una suntuosa casa a su hijo Jean-Christophe –el del tráfico de armas con Ángola– y mil cosas más. También hay que recordar los delirios del entonces presidente, J.Y. Heberer, quien, antes que Messier, quiso comprar Hollywood, y para empezar compró la Metro Goldwyn-Mayer o, más bien, el nombre y sus estudios en ruinas, porque su verdadera riqueza, el stock de películas, ya lo tenía Turner, de la CNN. Todas esas y muchas más locuras arruinaron al Crédit Lyonnais.

Los sucesivos gobiernos, con un cinismo que también merecería ser juzgado, encontraron drásticas soluciones: primero, los contribuyentes saldaron, con un aumento de sus impuestos, las gigantescas deudas del CL. Y segundo, lo privatizaron, lo cual aportó nuevos capitales, y, las cosas como son, restableció el negocio. Yo no soy el único en pensar que el suicidio de Pierre Beregovoy, en la medida en que pueda explicarse un suicidio, no se debía a que Mitterand no se ponía al teléfono, o porque se supo que un amigo millonario del Presidente le había regalado un millón de francos para comprarse un piso, sino por cosas mucho más serias. Hijo de un oficial del ejército “blanco”, o sea zarista, refugiado en Francia y venido a menos, Pierre Beregovoy se soñó gran estadista, pero socialista, y llegó a primer ministro, pero en un sistema totalmente corrupto y antisocial –el paro, por ejemplo, jamás fue tan desastroso–; y se dio cuenta que sólo era el mayordomo de los caprichos y desfalcos del bizantino Presidente. Es de suponer que no lo soportó.

Como siempre, El País y su corresponsal, Joaquín Prieto, dicen lo contrario de la realidad. Titulan “Francia, contra el antisemitismo”, cuando este país se ha convertido en uno de los más antisemitas de Europa, sólo un poquitín menos que España. Ocurre que hay gente que se indigna y reacciona. Los últimos acontecimientos –por ejemplo, un rabino apuñalado, sin demasiada gravedad, y su coche incendiado, después de centenares de intentos, y a veces logros, de quema de sinagogas y otras agresiones contra judíos– y, porque tratándose de la Universidad, es más rentable hablar de ello, la decisión de París VI, de boicotear tajantemente, a lo nazi, a las Universidades israelíes, exigiendo que todas las Universidades francesas hagan lo mismo, ha motivado airadas protestas y manifestaciones, con el resultado de que al fin se hable, en los medios oficiales, de antisemitismo en Francia, pero afirmando que no es un problema grave.

Con una audacia increíble, el presidente Chirac, enfrentándose al grave problema de la reforma del sistema de pensiones, ha declarado que, al ser el mejor del mundo, no había que cambiar nada, bueno, casi nada.

En Internacional

    0
    comentarios