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Carlos Semprún Maura

Propagandas

Las manifestaciones no tuvieron nada que ver con las que tumbaron al primer ministro Alain Juppé en 1995, pero bastaron para que los portavoces gubernamentales declararan unánimemente que estaban à l'écoute y que entendían la inquietud de los franceses.

Este fin de semana todos los medios seguían comentando con mucha demagogia "la huelga general" y las manifestaciones del pasado jueves 29. Yo la he notado en ciertos detalles: no recibí el correo, cuando siempre lo había hecho en días de huelga; por la tarde quise ir a mi banco que, pese a haber sido privatizado hace años, se encontraba cerrado con un cartelito en la puerta que lo justificaba "debido a la huelga" (aunque no se precisaba si los empleados estaban en huelga o si no habían logrado llegar a sus oficinas); y el viernes no salieron los diarios "nacionales" (Le Figaro, Le Monde, Liberation...). Por primera vez desde 1968 –que yo recuerde– empleados y periodistas, todos a una, se sumaron a la huelga del jueves junto a las cadenas estatales de radiotelevisión.

Por el contrario, los grandes regimientos de huelguistas que se preveían en los transportes y en la Educación Nacional no fueron tan numerosos como se esperaba. Es probable que el servicio mínimo haya funcionado, pero en París, los autobuses y el metro circulaban más llenos de lo previsto por ese servicio mínimo: de un 70% a un 89%. Otra curiosidad es la colosal diferencia en las cifras de manifestantes: en París la Prefectura anunciaba 65.000, mientras que los sindicatos y partidos 300.000. Nos habíamos acostumbrado a calcular que si, por ejemplo, los organizadores anunciaban un millón de asistentes y la Prefectura 250.000, la realidad se situaba en el entorno de los 400.000. Esta misma discrepancia se reproduce en el resto del país, donde ni los distintos sindicatos se ponen de acuerdo: unos anuncian un millón de manifestantes, otros dos millones. En resumidas cuentas: especialmente para el sector público (o sea, los funcionarios de todas las clases) fue una jornada de huelga y manifestaciones bastante lograda o lograda a medias. Nada que ver con las manifestaciones de 1995 que tumbaron al primer ministro Alain Juppé o con las de 2006, que derrocaron a Villepin. Pero bastaron para que los portavoces gubernamentales declararan unánimemente que estaban à l'écoute y que entendían la inquietud de los franceses.

Resulta que éste fue un fin de semana "rojo" (sólo la nieve ha sido gris). Jean-Luc Melachon, ex senador socialista y fundador del Partido de Izquierda (copia delLinkede Oscar Lafontaine en Alemania) celebraba su primer congreso e hizo un patético llamamiento a la unidad de la izquierda y muy en particular a Olivier Besancenot, que va a fundar durante estos días su Nuevo Partido Anticapitalista. Pero este niño, que este fin de semana batió todos los récords por las teles (yo loapercibí en cinco cadenas diferentes) le dio largas al asunto de la unidad de los extremos. Pirado por su éxito personal y telegénico, no quiere compartirlo con nadie. No busca elGrand Soir, sino un Oscar. Pero Martine Aubry está que trina.

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