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Carlos Semprún Maura

Rumiando heno

Dos temas están en discusión: la reforma de la Constitución francesa para poder aprobar el proyecto de Constitución europea, o sea el abandono constitucional de la soberanía nacional; y la reforma de la ley soviética sobre las 35 horas

Examinemos algunos asuntos franceses. Son menos importantes y menos trágicos que la situación en Irak y el triunfo democrático de las elecciones o la revolución de terciopelo naranja en Ucrania, sin hablar del cáncer del terrorismo etarra, y otros problemas mundiales, pero bueno, con esos bueyes hay que arar, y esas noticias barajar. Se da pues el caso de que el Parlamento galo está bastante animado estos días. Dos temas están en discusión: la reforma de la Constitución francesa para poder aprobar el proyecto de Constitución europea, o sea el abandono constitucional de la soberanía nacional; y la reforma de la ley soviética sobre las 35 horas (y si se me permite la redundancia, ¡ya era hora!). Lo más probable es que ambos proyectos se aprueben, pero se ha manifestado claramente que la minoría, partidaria del doble “no”, a la Constitución europea y a la entrada de Turquía, se fortalece en el Parlamento y aun más en el país. Y la división sobre estas cuestiones sacude a todos los partidos, tanto de la mayoría como de la oposición, y en cuanto al referéndum, estando previsto para Junio, cunde el pánico ante la posible victoria del “no”. ¡Sería una catástrofe! se exclaman al unísono tanto Felipe González como Federico Sánchez. Pues no tanto, no tanto...
 
Profundamente divididos sobre estas cuestiones europeas, los socialistas han encontrado un pretexto para unirse, denunciando, todos a una, el proyecto “carca” de reforma de la ley sobre las 35 horas. Se trata, sin embargo, de una reforma timorata: no se toca al principio sagrado de las 35 horas, sólo se prevé que en ciertos casos, empresas, ramos de industria, servicios, quienes “quieran trabajar más, para ganar más” (lema de la mayoría) puedan hacerlo, lo cual, hoy, les está prohibido. Porque esta ley Aubry- Ceaucescu, no tiene nada en cuenta las diferencias notables que existen entre los diversos sectores de actividad. Si en la industria del automóvil, por ejemplo, los progresos de la automoción y los robots, permiten reducir los horarios, aumentando la producción, en las pymes, comercios, servicios, etcétera, la flexibilidad de los horarios constituye una necesidad absoluta para atender a las leyes del mercado, a la oferta y la demanda. Y como la mayoría de los cinco millones de funcionarios, ya trabajaba menos de 35 horas, todo esto cobra aspectos de farsa.
 
Una nota optimista para terminar: en una experiencia de dictado, realizada a unos 2.300 alumnos de segunda (prebachillerato), por la asociación de profesores“Sauvons les lettres”(que yo traduciría por: “salvemos la lengua francesa”), 57% de los alumnos obtuvo uncero. Y sólo un 6% obtuvo un 15 sobre 20.¡Vive la France!Y su excepción cultural analfabeta.

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