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Carlos Semprún Maura

Siempre lo mismo

Cuando se para el ruido “tecno”, el ruido “rap”, todos esos y otros ruidos, y reina por unos instantes el silencio, es maravilloso, y si después de la pausa, oyes una fuga de Bach, es aún más maravilloso. Aunque poco tenga que ver, esta comparación me vino a la mente, al leer, el 8 de septiembre, en medio de la cacofonía chovinista y antiyanqui francesa, la entrevista con Jean-François Revel, publicada en Le Figaro, el más “chiraquiano” de los periódicos galos. No es que me extrañe, hace tiempo que estamos acostumbrados a considerarle como uno de los pocos (y tal vez el más) intelectuales inteligentes de Francia.

Pese a las preguntas de los dos editorialistas del diario, Baudoin Bollaert y Jean de Belot, quienes intentaron repetidamente hacerle confesar (casi como en el sótano de una comisaría), que Francia, o más bien Chirac, tenía razón en la crisis iraquí, que los norteamericanos eran unos imperialistas, que su intervención había creado el caos en Oriente Medio y, a fin de cuentas, que Sadam Husein no era el malo de la película, y que el régimen que podía salir mañana del caos actual podría ser mucho peor, por culpa de esos malditos yanquis. “Peor que la tiranía de Sadam Husein, me parece muy difícil”, respondió Revel. No es que dijera cosas que no haya dicho ya, ni cosas muy diferentes de las que decimos aquí, pero las decía en Francia, frente a sus compatriotas y, pese a ser ultraminoritario, las dijo con una serenidad y una autoridad admirables. “Francia no es “onusiana”, es antinorteamericana”. “La expresión “el campo de la paz”, siempre me ha hecho sonreír”. Y refiriéndose a las violentas manifestaciones fascistoides (esto lo digo yo), “a favor de la paz”, afirmó que nada les importaba la paz a los manifestantes, eran claramente antiyanquis.

Entre otras cosas de gran sentido común, recordó que la revolución islámica iraní no se realizó contra una dictadura, porque, sin ser un modelo de democracia, Irán, entonces, no lo era, sino sobre todo porque el shah se proponía abolir la ley musulmana que esclaviza a las mujeres. Y me permitiré añadir que por los años setenta, dicha revolución islámica fue saludada por la izquierda europea y, en primera fila, por las feministas de profesión. No es que sean masoquistas, es que son imbéciles.

Vivimos a la hora de Cancún, al ritmo, tal vez, guarachi, de la Cumbre de la OMC. Yo no formo parte de quienes se hacen exageradas ilusiones sobre ese tipo de reuniones. Porque si no estoy seguro de que la guerra sea un asunto demasiado serio para dejarla en manos de militares (Clemenceau), es muy probable que el comercio sea un asunto demasiado serio para dejarlo en manos de ministros y altos funcionarios. Ya tendremos ocasión de comentar los resultados de esta Cumbre, me limitaré a decir dos cositas sobre el texto que el presidente del Senegal, señor Wade, ha publicado en Le Monde. Dejando de lado la coba que da a Chirac, la diplomacia y las mordidas así lo exigen, todo su alegato contra los países ricos, debido a su egoísmo y proteccionismo, que frenan el desarrollo y la exportación de productos agrícolas de los países pobres, constituye, en realidad, un canto implícito al liberalismo, o sea, a la apertura de los mercados y a la supresión de las barreras arancelarias. Como el personaje de Moliere, Monsieur Jourdain, que hablaba en prosa sin saberlo, el presidente Wade defiende la libertad de comercio, negándolo. Quedará para otra ocasión la denuncia de la política de tantos gobiernos africanos responsables de la miseria de sus pueblos. Y no será en Cancún donde se encontrará la solución a esta tragedia.


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