En realidad, las declaraciones de Putin en Berlín, como las que hará probablemente este lunes en París, adonde ha llegado en visita oficial, son más ambiguas de como las presenta la prensa gala, que podrían resumirse con un: “Putin le dice sí a Chirac”. Desde luego, dijo sí a Schröder en Berlín: hay que respetar la ONU y su Consejo de Seguridad, hay que desarmar a Irak “pacíficamente”, etcétera. Esto en francés se califica de voeux pieux, o sea, piadosos deseos o frases hueras, porque no hace tanto también le dijo sí a Bush. Rusia no necesita el petróleo irakí, como China (o Francia), pero Irak formaba parte de la zona de influencia soviética en la región, como Siria, Egipto, Argelia, etcétera, y Putin ha heredado mucho de la URSS, y no sólo su pasado de oficial del KGB. Quiere mantener, en lo posible, la misma zona de influencia, sin enfrentarse violentamente con los USA.
Lo divertido del caso es que las autoridades francesas, que criticaron furiosamente a los ocho países europeos que defendían la solidaridad democrática con los EE UU, rápidamente seguidos por otros diez de la ex Europa comunista, la mayoría absoluta, por así decir, porque habríamos roto la “solidaridad europea” y puesto en peligro su construcción, buscan apoyos en Moscú y Pekín, sin consultar con sus supuestos aliados europeos, salvo Bruselas. Pero las recientes declaraciones del ministro de Exteriores belga, no extrañarán a nadie. Este señor, Luis Michel, es un socialburócrata, gran admirador de Castro y de los terroristas palestinos. Por cierto, en las instituciones europeas se comienza a poner en tela de juicio el destino real de las subvenciones europeas a Arafat, porque algunos han terminado por darse cuenta de que eran subvenciones al terrorismo.
Todos estos esfuerzos para salvar a Sadam Husein –ya que de eso se trata en realidad– se presentan en Francia como una serie de victorias de la diplomacia francesa. Los acuerdos de Munich también se presentaron así. Vivimos emocionantes momentos de unión nacional, todos detrás del presidente Chirac, defensor de la paz y gran amigo de Sadam Hussein. Otro amigo del tirano, Jean-Marie Le Pen, elogia en unas declaraciones a Le Figaro de éste lunes la política del presidente, aprobada, afirma, por el 90% de los franceses.
Otro asunto en el que la diplomacia francesa ha realizado maravillas es Costa de Marfil. Después del guateque ese en el que el Gobierno francés impuso, con soberbia colonial hasta en las imágenes y modales, sus decisiones y montó un gobierno de “reconciliación nacional”, el presidente Gbagbo, de vuelta a Abidján, en donde había organizado manifestaciones antifrancesas, declara que los acuerdos, al ser anticonstitucionales, son nulos. París se enfurece y le ordena respetarlos. De paso, se confirma que Gbagbo, no sólo es un tirano elegido con fraudes y perito en asesinatos de opositores, sino que él y su tremebunda esposa son miembros influyentes de la Internacional Socialista, en cuestiones africanas. Así podría entenderse el apoyo firme que ha recibido del PS, pero no se trata sólo de eso, porque a la izquierda le encantan los tiranos. Véase si no: Castro, Hussein, y ahora Gbagbo.
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