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Carlos Semprún Maura

Símbolos y calles

Cuando no proponen medidas reaccionarias, los Verdes franceses hacen el ridículo. Así lo demostraron una vez más el otro día al rebautizar simbólicamente la autovía Georges Pompidou, a orillas del Sena, como “Paseo de la Vélorution”... un barbarismo para exaltar su guerra contra el automóvil en esa autovía prohibida a los coches durante un mes, lo cual aumenta los atascos y la polución. Fueron cinco o seis los manifestantes, pero por aquello de la tele no desperdician la menor ocasión, estaba el ministro, Yves Cochet, y el candidato a las presidenciales Lipietz. Mientras tanto, la Comisión Europea condenaba a Francia por el abuso de pesticidas en la agricultura, lo cual convierte en peligrosos la mayoría de alimentos que consumimos aquí. Los Verdes no dijeron nada al respecto, como no dijeron nada en el caso de las “vacas locas”, como en ninguno de los otros problemas reales, de medio ambiente o de alimentación, pese a tener ministros en el Gobierno, porque sólo se dedican a ampliar su red de enchufados, a exigir aumentos de impuestos, y a delirar sobre el clima, los transgénicos y otras memeces.

También se han lucido en el actual debate sobre Córcega, dominado por los nacionalistas, como siempre ocurre cuando los violentos se enfrentan a timoratos. Proponen que Córcega sea considerada como Argelia y argumentando que hubo amnistía en aquel momento, varios líderes Verdes exigen, con los nacionalistas, la amnistía total, inclusive por los crímenes de sangre. Aparte de que Argelia no es Córcega y no deberían compararse ambas situaciones, en las guerras, la amnistía y la liberación de los prisioneros ocurren cuando se firma la paz, o al menos el armisticio pero ¿está Francia en guerra contra Córcega? Y, si un tal aquelarre se admite, ¿ha terminado la guerra? Los atentados terroristas, desde luego, no. Y, en cuanto a los “acuerdos de Matignon”, tan jaleados por el Gobierno, el PS y los Verdes, aún no han sido aprobados por el Parlamento, y ya disgustan a la minoría nacionalista.

Esto de los nombres de las calles tiene un indudable simbolismo y a menudo he pensado que se podrían hacer sendos estudios histórico-sociológicos sobre este tema. Por ejemplo, siempre me ha extrañado que, teniendo en cuenta la veneración que existe en Francia por el Emperador Napoleón, reivindicado ahora hasta por la izquierda soberanista, junto con De Gaulle, no exista la menor avenida Napoleón y sólo una calle Bonaparte. Es una calle modesta y simpática del distrito sexto que era bohemia –en serio, yo viví allí– y se está convirtiendo en chic, pero en un chic hortera, como todo Saint-Germain-des-Près. Hubiera debido llamarse Baudelaire, que por cierto no tiene nombre de calle en París. El inmenso y genial, para tantos franceses, Napoleón no tiene, pues, su gran plaza, ni su avenida, como la tienen varios de sus mariscales, o De Gaulle, cuyo nombre se ha dado a la prestigiosa Plaza de la Estrella y al aeropuerto de Roissy, por ejemplo.

Si los Marx, Lenin, Stalin, Thorez, etc, tan abundantes hace 50 años, desaparecen, y aún no han sido sustituidos por sus zombis: Bové, Bourdieu, Negri, Marcos y demás enanos, en literatura y bellas artes, dominan los académicos, con Víctor Hugo a la cabeza. Es cierto que el peatón de París tiene citas de amor o de laburo, en calles cuyos nombres utiliza sin conocerles. Yo, el primero, porque durante años subí y bajé a diario la calle Ribera, sin percatarme de que se trataba de nuestro pintor, José de Ribera. En cambio, no existe una calle Goya, pero sí una avenida Velázquez, en donde siempre que paso, llueve, como en el vecino parque Monceau. ¿No tienen ningún sentido esos nombres de calles, los que existen y los que no? Yo creo que sí.

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