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Carlos Semprún Maura

Trapicheos

Los medios franceses son muy variopintos; oscilan entre nostalgia de la URSS y la socialburocracia antiglobalización, pero todos se unen en la exaltación del chiraquismo, cuando es antiyanqui

La otra noche, la cadena ARTE, que quiere y no puede ser europea –sólo es lo peor del eje del mal francoalemán– retransmitía un curioso y entretenido programa sobre los gatos del Museo del Ermitage de San Petersburgo, que constituyen una tradición cultural que se ha mantenido a través de los siglos y los regímenes. Fundada por la emperatriz Catalina la Grande, quien introdujo los gatos para luchar contra una invasión de ratones, cuando el edificio no era museo, sino palacio imperial. Hoy son setenta esos encantadores bichos –soy muy “gatuno”– que viven en el inmenso laberinto de los sótanos y que están alimentados y cuidados por el personal del Museo.

Hasta aquí, todo bien, divertido, pero no podía faltar, en ARTE, la moraleja política con el cuplé de uno de los porteros del museo y su esposa, cantando su nostalgia del maravilloso régimen soviético. Por lo visto, ni los bolcheviques lograron masacrar a los gatos “ermitaños”, como hicieron con los kulaks, por ejemplo. Los medios franceses son muy variopintos; oscilan entre nostalgia de la URSS y la socialburocracia antiglobalización, pero todos se unen en la exaltación del chiraquismo, cuando es antiyanqui. Se pasan la vida despotricando contra su patria, como el debate sobre la colonización lo demuestra una vez más, pero frente a los USA, unánimes, todos proclaman que Francia es “lo mejor del mundo”.

Otro debate actual gira en torno a la propuesta, aún imprecisa, de Nicolas Sarkozy, de reformar la ley de 1905, calificada de “ley sobre el laicismo” y que consagra la separación de la Iglesia y del Estado. En realidad, se trata de cambiar la ley para que el estado pueda subvencionar las mezquitas y las organizaciones del culto musulmán, como las escuelas coránicas. De entrada, desearía preguntar ¿si los que esto proponen son conscientes del sistema de exterminio masivo de la inteligencia que pueden padecer los niños en esas escuelas coránicas? Si el Islam, empujado por los vendavales del terrorismo, está creciendo en Francia, sigue siendo una religión muy minoritaria, comparada a la católica, y nadie entendería, que se subvencione a una, sin subvencionar a las demás, y sobre todo a la más antigua y con mayor número de fieles. Lo cual no representa una mera adaptación de una ley, es todo el espíritu de la Constitución el que cambiaría.

Algunos critican la ley desde un ángulo opuesto y Stéphane Denis, escribe en su columna de Le Figaro que esa ley ha arruinado a la Iglesia católica y logrado así la descristianización total de Francia. Por favor. Ni la Iglesia está arruinada, ni Francia descristianizada, además, la fe no depende la cuantía de las subvenciones estatales. Por otra parte, la enseñanza privada, esencialmente católica, está subvencionada. Recordaré a tirios y troyanos que la jerarquía católica ha aceptado hace tiempo y oficialmente, la ley de 1905. Pero siempre los hay más papistas que el Papa. En todo caso, ésa polémica nos ha permitido contemplar, y por primera vez, creo, una manifestación callejera de masones, con sus insignias y birretes, en defensa, claro, de la ley sobre laicismo, de la que fueron los principales artífices. En Francia, existen dos masonerías, la Grande Loge, ligada a la masonería anglosajona, espiritualista o cristiana minoritaria, y el Gran Oriente de Francia, mayoritaria y librepensadora, que tuvo mucha influencia, y hasta hacía y deshacía gobiernos a su antojo, pero que está muy venida a menos. Giscard d’Estaing no pertenece a ninguna de las dos.

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