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Carlos Semprún Maura

Un entierro sin cadáver

Como si de un entierro se tratara, en el que los asistentes, camino del cementerio, hablaran de todo, fútbol, casa, vacaciones, líos de faldas, sin decir una palabra sobre el difunto, el problema corso está muy presente en los discursos políticos y en los comentarios periodísticos, pero, camino del cementerio, nadie habla del difunto. Se enfrentan, como es sabido, esencialmente dos concepciones, que pretenden apoyarse en la Historia, con la referencia clásica a la Revolución francesa.

Los jacobinos rechazan toda autonomía para la isla, por ser contraria al principio sacrosanto de la unidad de la Republica. Los girondinos se dividen en dos --todo ello muy toscamente resumido--, los partidarios de la autonomía de Córcega, y por lo tanto de los proyectos del Gobierno en este sentido; y los partidarios de una amplia descentralización, que incluiría a la isla, pero no únicamente, todas las regiones francesas deberían tener mayor autonomía frene al Estado, demasiado centralizado. A veces, los partidarios de la descentralización generalizada, citan como ejemplo las autonomías españolas, y yo me pongo triste, porque, desgraciadamente, son un desastre.

Admitiendo la habilidad y hasta, si se quiere, generosidad del proyecto constitucional, la realidad ha demostrado que vivimos un desastre. Esencialmente, claro, a causa del terrorismo etarra, su inquisición nacionalista, el terror en las calles y las aulas, sus ¡mueras a la inteligencia! Por doquier, pero, incluso si no se puede comparar la gravedad de ambas situaciones, yo me pregunto ¿qué puede tener de ejemplar la guerra lingüística en Cataluña, tal y como se desarrolla?

Pero, camino del cementerio o en los cafés que le rodean, nadie habla del difunto. El Consejo de Estado ha rechazado varios puntos esenciales del proyecto autonómico, por considerarlos anticonstitucionales. Citaré dos ejemplos: no se puede transferir a Córcega el poder legislativo que sólo incumbe a la Asamblea Nacional, y no se puede declarar obligatoria la enseñanza del corso (en realidad un dialecto del dialecto genovés). La única lengua obligatoria es el francés, las demás, bretón, alsaciano, vasco, etc, podrán ser toleradas, ayudadas incluso, nunca obligadas.

El presidente Chirac, apoyándose en estas conclusiones y usando de sus prerrogativas presidenciales, ha excluido del orden del día del Consejo de Ministros del pasado miércoles, la discusión del proyecto gubernamental sobre Córcega. Puntapié en el talón de Aquiles de Jospin, o encantos de la cohabitación, se mire como se mire, las elecciones se avecinan y hay que preparar el terreno. No importa, responde Jospin, soberbio, se discutirá y aprobará en el Parlamento soberano. No es seguro. Incluso si encuentra mayoría, el Consejo Constitucional, que tiene la obligación de declarar conformes a la Constitución, o no, y puede anular los decretos, leyes, reglamentos, votados en el Parlamento, está al acecho, y se rumorea, pero es un rumor a gritos, que es contrario, como el consejo de Estado, y por motivos semejantes, a varios apartados del proyecto gubernamental.

Pero en este caso concreto, en este entierro concreto, si se reflexiona un momento, es lógico que nadie hable del difunto porque el féretro está vacío. Se pretendía enterrar, así lo anunciaban las esquelas, el terrorismo corso, pero los asesinatos entre bandas rivales y los atentados contra el Estado francés prosiguen. ¡No pasa nada, son residuos del pasado, pero vamos por buen camino! Claman Jospin y sus innumerables adictos. Pero el féretro está lleno de dinamita. O de goma tres.

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