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Carlos Semprún Maura

Una gota de ácido

Cuando León Blum fue nombrado presidente del Consejo, escribió que sólo se merecía ser fusilado por la espalda, no por socialista, claro, sino por judío.

Dejando los ministros y los líderes políticos a sus playas y a sus bobadas, voy a contar una anécdota ocurrida durante la II Guerra Mundial, algo que nadie, que yo sepa, ha contado. En 1942, el general De Gaulle, desde Londres, donde encabezaba la "Francia Libre", preparó la llegada a la capital británica de su viejo maestro "espiritual" Charles Maurras.

Charles Maurras, muy olvidado en Francia, y prácticamente desconocido en España, salvo por Pepín Vidal, fue durante decenios un personaje político de primer plano en Francia. Líder de Action Française y director de su semanario, fue un polemista famoso, monárquico, ultranacionalista y, como se diría hoy, bastante "verde"; en todo caso defensor de la Francia rural y de la "descentralización", término burocrático para definir la autonomía de las provincias. Era rabiosamente anti parlamentario, anti republicano y, más furiosamente aún, antisemita. Cuando León Blum fue nombrado presidente del Consejo, escribió que sólo se merecía ser fusilado por la espalda, no por socialista, claro, sino por judío. Siendo ateo, declaró insistentemente que la Iglesia y la religión católicas podían ser socialmente muy positivas como fuerzas de orden. Con lo cual el Vaticano les condenó a él y a su Action Française.

¿Porqué pensó –o dudó– ese carca irse a Londres y unirse a De Gaulle? Únicamente por nacionalismo y porque, probablemente, compartía el tradicional odio antialemán de amplios sectores de la derecha francesa. Pero, estando todo a punto, en el último momento, Maurras se echó para atrás, se declaró demasiado viejo y en mala salud para emprender un viaje tan arriesgado, aunque tenía sólo 74 años, un chaval. Este desenlace decepcionó muchísimo a De Gaulle, quien no sólo admiraba a Maurras y a su obra, sino que consideraba que se apuntaría un gran tanto si se unía a él un tan prestigioso representante de la derecha de esa "Francia eterna" que él quería encarnar, muy diferente, obviamente, de los masones (Mendès-France) y de los judíos (Raymond Aron) que le rodeaban. Bueno, también estaban con De Gaulle militares como De Lattre de Tasigny y Philippe de Hautecloque (Leclerq), que no eran precisamente proletarios. También es posible, pienso hoy, que el entorno demasiado "cosmopolita", y "de izquierdas" de De Gaulle contribuyeron a que Maurras, a fin de cuentas, decidiera quedarse en la Francia "colaboracionista" de Petain. El caso es que Maurras, tras la liberación, fue condenado como "colaboracionista", aunque no recuerdo si encarcelado o sometido a arresto domiciliario, sin que De Gaulle dijera una palabra a su favor.

El enlace entre De Gaulle y Maurras fue entonces un joven "maurrasiano", pero resistente: Daniel Cordier, que siguió en la Resistencia, y fue el más íntimo colaborador de Jean Moulin, el coordinador de los movimientos de resistencia, designado por De Gaulle. Moulin tuvo un destino trágico: denunciado a la Gestapo, en condiciones turbias, fue torturado a muerte. Después de la guerra Cordier creó en París una prestigiosa galería, pero asqueado por el "mercado del arte", la cerró y escribió una virulenta "carta abierta" contra el mismo que fue célebre en su día. Desde entonces se dedica a la historia de la Resistencia y a la biografía de Jean Moulin. Fue él quien contó ésta anécdota sobre Maurras, casi gaullista, a mi difunto cuñado, Jean Marie Soutou, también resistente y amigo de Cordier. Soutou, el único electricista de la historia de la diplomacia francesa, llegó a embajador y secretario general delQuai d’Orsay. Y fue, además, un "Justo" en Jerusalén. Por si las moscas actuales. Moraleja: no os creáis nunca del todo la leyenda de los vencedores y aún menos la de los vencidos.

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