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Carlos Semprún Maura

Verano frío, calles calientes

Jean d´Ormesson, en sus crónicas veraniegas de Le Figaro, en las que trata, con su habitual ironía, temas serios, constataba la semana pasada la decadencia de Francia, antaño primera potencia mundial, el francés dominando el mundo de la cultura y la cultura del mundo, etc, para explicar la falta de entusiasmo ante la próxima, inevitable, pero positiva, según él, desaparición del franco, último símbolo de la Nación y de su prestigio pasado, para dar paso al euro. Yo considero que d´Ormesson exagera, ni Francia fue nunca tan potente, ni es tan poco ahora, pero no aludió a otro aspecto de la decadencia francesa que siembra pánico en los gabinetes ministeriales y está siendo ampliamente comentado en la prensa: el vino francés se vende cada vez menos, no sólo en el extranjero, también en Francia. Esos burdeos, ese borgoña, ese champán que mucho más que la lengua francesa que hace más de 50 años perdió la batalla frente al inglés que se impondrá en la UE, ese vino que dominaba el mundo y el paladar de los gourmets pierde terreno frente a los bárbaros. Se trata sobre todo de los vinos de California, Chile y Australia. Las colonias, vaya...

El sesudo informe del Ministerio de Agricultura plantea esencialmente problemas de gestión y habilidad comercial. Tan seguros estaban los franceses de su dominio absoluto en materia de vinos, que se han adormecido. No se comenta, sin embargo, otro aspecto de esta crisis: los vinos de California han mejorado mucho, los de Chile también (los de Australia, ni idea, nunca he probado vino australiano), mientras que los vinos franceses han empeorado en su conjunto y se han encarecido demasiado. Sería ridículo decir que ya no hay vinos estupendos en Francia, pero hay que buscarlos un poquitín más que antes. Curioso que nadie hable de nuestros vinos, los marqueses de Rioja, por ejemplo, o nuestra “gran señora (o señor) digna de veneración”, el Vega Sicilia. Nos tienen envidia, seguro.

Este verano, que, en París, sigue tan frío, es bastante caliente socialmente, aunque la prensa, como los vinateros, duermen la siesta. Dos temas dominan este lánguido debate: Córcega y Génova. Dos dirigentes socialistas, Vincent Peillon Y Christian Paul, han publicado en Le Monde un perfecto mode d´emploi de la recuperación demagógica. Constatando que las manifestaciones en Génova iban dirigidas contra Bush y Berlusconi, proclaman que también son sus enemigos. Siendo, según ellos, el PS y el gobierno galos la vanguardia de ese “nuevo internacionalismo”, aspiran cínicamente a su liderato mundial. Si, por desgracia, Jospin es elegido presidente no cabe la menor duda que todos los revoltosos irían a la cárcel. El desorden está muy bien contra Berlusconi, pero contra ellos sería fascista y los fascistas ¡a chirona!. Eso no quita para que Berlusconi esté en un apuro: dos reuniones van a celebrarse en Italia; la de la OTAN y la de la FAO, a la que está invitado el gran demócrata Fidel Castro, elegido por Dios de por vida, no por la canalla electoral, como Berlusconi. Se avecinan nuevas tormentas en Italia.

La cuestión de la amnistía total para los terroristas corsos ha tenido una consecuencia curiosamente positiva: los Verdes se tiran tartas a la cara, como en las viejas películas mudas. El candidato Verde a las presidenciales, Alain Lipietz, y otros dirigentes, se unen a los nacionalistas, para exigirla; Dominique Voynet y Noel Mamére, les tratan de incontrolados peligrosos. Mamére, que pretendía ser el candidato Verde, se aprovecha para declarar que Lipietz ha demostrado su incapacidad para representar a su partido en tan serias elecciones. Cuanto más se autodestruyan, mejor. Así se podrá discutir más seriamente de ecología.

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