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Carmelo Jordá

¿Es el PSOE un partido revolucionario?

Salvo sorpresa, lo importante es que tras el 26-J el PSOE se enfrentará a una de las decisiones más difíciles e importantes de su historia reciente.

Salvo sorpresa, lo importante es que tras el 26-J el PSOE se enfrentará a una de las decisiones más difíciles e importantes de su historia reciente.
EFE

El acuerdo ha venido y nadie sabe cómo ha sido; lo que en diciembre no pudo ser, será de cara al verano, y Podemos e IU irán de la mano a las elecciones de junio sin otro programa que no sea ganar, sin otra pelea que no sea el quítame allá ese puesto de salida en las listas.

Uno va peinando canas, aunque sean pocas, y recuerda aquellos tiempos del "programa, programa, programa", en los que Izquierda Unida parecía un partido serio con un líder serio. Ahora ha dejado de ser lo primero y de lo segundo mejor no hablamos, sobre todo viendo para lo que ha quedado aquel líder serio. Ay, Anguita.

No sé si el pacto supondrá que el nuevo mix –es ya imposible completar de memoria la enorme lista de partidos, coaliciones, confluencias, compromisos y movimientos que sí pueden– superará o no al PSOE, o incluso si será o no la primera fuerza. Es difícil, en cualquier caso, que no sean la segunda y, sobre todo, que no suban con cierta fuerza en número de escaños, aunque sólo sea porque apurarán mejor los escasos pero jugosos restos que deja la Ley D'Hondt.

Salvo sorpresas que tampoco hay que descartar, lo importante es que tras el 26 de junio el PSOE se enfrentará a una de las decisiones más difíciles e importantes de su historia reciente: ser un partido revolucionario y unirse a la marabunta de siglas en un Gobierno que venga a romper con todo o ser un partido institucional que pacte reformas, bien dentro de un Gobierno constitucional, bien desde la oposición.

El problema es que el PSOE se juega su propia existencia, y ninguna de las dos decisiones garantiza que la cosa acabe bien. Me resulta evidente que entrar en un Gobierno liderado por Iglesias sería sin duda el final de los socialistas: no hay forma más segura de morir que dar armas a tu enemigo –que a nadie le quepa duda de que Podemos es el enemigo del PSOE, mientras que el PP es sólo su adversario–, y qué mejor arma que el poder.

La otra opción no es sencilla: cualquier tipo de alianza con el PP sería muy escandalosa a corto plazo y las encuestas serían dramáticas, pero aunque no estoy seguro tiendo a pensar que quizá fuese algo más llevadero a largo, cuando la situación económica siga mejorando poco a poco y la marea podemita pueda estar de retirada y, sobre todo, pueda ser barrida de los medios.

Lo peor de todo esto es que, una vez más, mientras el PSOE se decide entre hacerse el haraquiri o tirarse por el puente, también se la juega España. Lamentablemente, no podemos esperar de estos socialistas que sean sabios o generosos, y la historia no nos da muchas razones para el optimismo. Pero para todo hay una primera vez, y quizá sea ahora cuando el partido fundado por Pablo Iglesias –que ya tiene guasa– empiece a pensar en España.

O quizá no, y entonces vayan haciendo las maletas.

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