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Carmelo Jordá

Las catacumbas de Vargas Llosa

No importa tanto cuándo sucederá como asumir que ese es el casi inevitable final del camino y que, pese a quien pese, ya hemos empezado a transitarlo, incluso en esta España huérfana de libros electrónicos.

Este jueves le entregarán en Oslo su merecido premio Nobel a Mario Vargas Llosa (bueno, más bien darán a los Nobel un Vargas Llosa) y el escritor peruano ha hablado en los últimos días de todo y de todos, tanto en multitudinarias ruedas de prensa como en su comentadísimo discurso previo de aceptación.

En esta columna nos hemos fijado, cómo no, en lo que el autor de Conversación en la Catedral ha dicho sobre los libros electrónicos, tema sobre el que también ha mostrado su opinión hace unos días y en el que estamos bastante de acuerdo, con matices, con lo que nos dice don Mario.

Pero empezaremos por aquello que no compartimos de las opiniones del peruano: cree Vargas Llosa que los libros electrónicos pueden contribuir a la banalización de la literatura, que escribiendo "para pantallas" es probable que se "de mucha entrada a la trivialización, banalización, a un empobrecimiento de tipo intelectual, algo que por desgracia ha pasado por ejemplo con la televisión".

La verdad es que la advertencia podría estar en lo cierto... si la literatura no se hubiese banalizado ya de lo lindo, díganme si no qué podemos pensar del éxito de escritores como Dan Brown o el propio Stieg Larsson, que se convierten en fenómenos a nivel mundial con libros o sagas que, como mínimo, son francamente mejorables.

No creo que escribir para pantallas sea esencialmente distinto a escribir para blancas hojas de papel, aunque sí aparecerán nuevos productos algunos de los cuales serán de consumo rápido y sustancia escasa, pero eso ya ocurre en el actual mercado editorial, tan preso de las modas, casi, como la industria zapatera.

La segunda reflexión de Varga Llosa sí nos parece más atinada y la compartimos, ya que el escritor cree que el libro electrónico es una realidad que no se puede detener, "porque uno va a poder viajar con una biblioteca en el bolsillo".

Eso no significará que el libro en papel desaparezca, pero sí que "probablemente va ir siendo arrinconado a un margen y que al final tendrá seguramente una vida de catacumbas", unas catacumbas en las que reunirá a "millones de lectores" eso sí, una minoría que "seguirá prefiriendo el viejo libro de papel, tinta, que podrá desglosar antes de leerlo".

Nos parece un análisis bastante acertado de lo que va a ocurrir, y en este sentido no importa tanto cuándo sucederá como asumir que ese es el casi inevitable final del camino y que, pese a quien pese, ya hemos empezado a transitarlo, incluso en esta España huérfana de libros electrónicos en la que todos parecen confabularse para convencernos de que no es así.

Y es que las catacumbas de Vargas Llosa serán en el futuro un maravilloso y polvoriento rincón para bibliófilos y nostálgicos del papel, pero hoy en día son más bien lóbregos laberintos en los que buscamos los libros electrónicos que alguna malvada hermandad danbrowniana y editorial parece querer esconder de nuestra voracidad compradora.

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