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Carmelo Jordá

Mi mea culpa

Nuestros errores son de aficionados al lado de la cadena de meteduras de pata de este Gobierno que no puede estar haciéndolo peor.

Me he equivocado con el coronavirus: como periodista no supe valorar las implicaciones que la epidemia podía tener, desde luego en el plano de la salud, pero también en el económico.

La verdad es que sigo sin tener muy claro en qué situación real estamos, más allá de la evidente alarma social, no sé si esta enfermedad –que cuando escribo esta columna ha afectado a algo así como uno de cada 15.000 españoles– justifica la situación excepcional en la que nos hemos visto envueltos o si debería llevarnos a tomar aún más medidas y más duras. Lo siento, pero como periodista no me siento capaz de emitir un juicio serio de verdad sobre esto y, llegados a este punto, creo que si algo puedo aportar, que lo único que puedo aportar de hecho, es no pontificar sobre aquello de lo que no tengo ninguna seguridad.

Lo cierto es que creo que, en general, en esta situación inédita –porque ninguno de nosotros hemos vivido algo así–, a los medios y a los periodistas nos está costando ser tan de utilidad como debemos ser. Mi impresión es que nos cuesta más a los profesionales uno a uno -en tertulias, redes sociales y otras plataformas individuales de opinión- que a los medios en los que trabajamos, pero puede que me equivoque y, de hecho, los que más ejemplo deberían dar están comportándose de una forma tan repugnante como previsible.

Entiendan los párrafos anteriores como un mea culpa sincero, personal y si lo quieren un poco corporativo, desde la humildad de un modesto plumilla, que es todo lo que soy. En cualquier caso, también hay que decir los periodistas tampoco hemos sido los únicos en equivocarnos y, al menos por esta vez, los políticos nos han ganado la partida.

Ahí está el error de PP y Ciudadanos asistiendo y legitimando con su presencia el disparate que fue la manifestación del 8-M; ahí está también la equivocación, yo diría que bastante más grave, de Vox: que ha cometido una irresponsabilidad terrible convocando un acto con casi 10.000 personas y, encima, ha tenido la mala suerte de que Javier Ortega Smith fuese repartiendo virus con cada abrazo y cada apretón de manos.

Creo también que los de Abascal se han equivocado en una reacción en la que han pedido perdón, pero sin asumir de verdad su responsabilidad y culpando también al Gobierno en un comunicado y unas declaraciones francamente mejorables.

Pero lo de Vox es pecata minuta si lo comparamos con los errores que ha cometido el Gobierno, que lo ha hecho todo mal y que nada indica que vaya a enderezar el rumbo.

La convocatoria del 8-M, por empezar por algo, ha sido un dislate que se estudiará en las escuelas de disparates políticos. Eso sí, aunque mi impresión es que incluso a largo plazo eso tendrá un impacto tremendo en la formación de opinión pública, quizá aún hayan sido peores las semanas de inacción, la falta total y absoluta de un plan tanto en lo económico como en lo sanitario, el amateurismo terrible que ha mostrado un Gobierno que, cuando debería haber estado ya preparando al país para lo que se venía –tras la explosión en Italia, no podía haber dudas de que el problema se iba a trasladar a España–, en vez de eso estaba discutiendo sobre la redacción de una ley ridícula y tratando de patrimonializar el chiringuito del feminismo radical.

Y ojo, ojalá me equivoque, pero todo parece indicar que las medidas económicas que propone Sánchez sólo van a servir para cavar más hondo el pozo en el que podemos meternos.

En resumen: el PP, Ciudadanos, Vox, los periodistas como gremio y yo mismo nos hemos equivocado, sí, pero nuestros errores son de aficionados al lado de la cadena de meteduras de pata de este Gobierno que no puede estar haciéndolo peor. Es decir, que lo está haciendo exactamente como cabía esperar.

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