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Carmelo Jordá

Ni violencia de género ni terrorismo machista

Una ideología estúpida que malentiende el feminismo determina que la violencia doméstica es un asunto de género, una batalla entre hombres y mujeres

Una ideología estúpida que malentiende el feminismo determina que la violencia doméstica es un asunto de género, una batalla entre hombres y mujeres
Un acto contra la "violencia machista" | EFE

No debería ser necesario aclarar esto, pero como hay mucho malintencionado lo haré: estoy, como no podía ser de otra forma, radicalmente en contra de todo aquel que maltrate a su pareja; un hombre que haga eso me parece un miserable y los que llegan a asesinar a su mujer -o a su marido- merecen mi desprecio absoluto y, más importante, muchísimos años de cárcel.

Dicho esto, creo que ya va siendo hora de que llamemos a las cosas por su nombre, y el de los execrables crímenes que estamos viendo en los últimos días no es ni violencia de género ni terrorismo machista. Y no lo es porque estos asesinos no eligen a sus víctimas por su género femenino: las golpean o las matan por la relación que les une o les unía con ellas, no son parte una conspiración para acabar con las mujeres o someterlas a no se sabe qué miedos, sino que dan una respuesta brutal, salvaje y completamente condenable a sus problemas individuales, a sus relaciones concretas y, por supuesto, a su propia maldad y locura.

Lo malo, por supuesto, no son los nombres en sí, sino que desvelan una concepción completamente equivocada de la verdadera naturaleza del problema al que nos enfrentamos, y si el análisis parte de un error radical será muy difícil que podamos solucionarlo.

Exactamente eso es lo que ocurre en España, donde una ideología estúpida que ha malentendido el feminismo ha determinado que la violencia doméstica es un asunto de género, una batalla entre hombres y mujeres, un tema en el que los individuos y sus relaciones particulares no importan y parece que no han existido nunca. De hecho, esta locura llega el punto de restar culpa a los únicos culpables -los agresores y los asesinos- y acusar de los crímenes a una abstracción: "El machismo mata", dicen; pues no: mata este señor y mata aquel criminal.

¿Quiere esto decir que no hay machismo en nuestro país? Por supuesto que lo hay, pero mucho menos del que pretenden hacernos creer las –y los- profesionales del victimismo de género: es un resto de una sociedad que en su mayor parte ya ha pasado y que en lo que queda está a punto de pasar. Curiosamente, donde sí hay machismo es donde menos se denuncia: en determinadas comunidades que en virtud de una malentendida tolerancia o de cierta excepción cultural tienen carta blanca.

Pero salvo esas excepciones puntuales, la mayoría de los hombres no somos maltratadores ni de hecho ni en potencia -y mucho menos asesinos- y no tenemos por qué soportar que sobre nosotros penda una presunción de culpabilidad que es impresentable desde el punto de vista social y aún peor desde el punto de vista penal.

Justo eso es lo que hace una ley que es la consecuencia lógica de esta disparatada ideología oficial admitida por todos los partidos: la de la culpabilidad masculina que consagra la Ley de Violencia de Género, ya más de 10 años en vigor y que nadie se atreve a cuestionar, pese a ser evidente que no ha sido la solución poco menos que mágica que prometía ser.

Pero a los que viven con las viseras de la ideología puestas solucionar un problema no les importa tanto como difundir su discurso de buenos y malos, tener a alguien sobre el que descargar culpas y, ya de paso, encontrar formas de saquear el presupuesto.

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