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Carmelo Jordá

Pues a mí Torra me gusta

Nunca como hasta ahora el separatismo catalán ha quedado retratado como la ideología supremacista, racista y profundamente enraizada en el fascismo.

Nunca como hasta ahora el separatismo catalán ha quedado retratado como la ideología supremacista, racista y profundamente enraizada en el fascismo.
Quim Torra | EFE

La investidura del nuevo presidente de la Generalidad ha desatado una ola de pesimismo que puede estar justificada desde muchos puntos de vista, pero yo creo que, con el sofoco de ir descubriendo tuits, frases y artículos a cual más abracadabrante, hemos perdido un poco la perspectiva.

Porque si lográsemos alejarnos sentimentalmente de la cuestión -lo que no es fácil- y la analizásemos con un poco más de distancia, llegaríamos a la conclusión de que Torra es la elección perfecta y su nombramiento, un éxito. Sí, él no lo sabe, pero Torra es nuestro hombre.

En primer lugar, por lo más evidente: porque nunca como hasta ahora el separatismo catalán ha quedado retratado como la ideología supremacista, racista y profundamente enraizada en el fascismo que realmente es. Sí, ya sé que muchos lo sabíamos, pero ninguna campaña propagandística podría haber sido tan efectiva como el descubrimiento de Torra y su puesta de largo con el apoyo de ERC y la CUP, esos expertos en la lucha antifascista que a la primera oportunidad que han tenido han votado a un fascista.

Ahora ya sí que nos conocemos todos, ya sabemos dónde están los verdaderos fachas y ya sabemos cuál es el juego que estamos jugando y con quién. A mí me gusta que las cosas estén así de claras.

Y no menos importante es que Torra sea el antídoto perfecto contra el pasteleo en el que nuestros políticos se mueven con tanta comodidad: con él no hay pacto posible ni operación diálogo que valga. Es obvio que Puigdemont lo ha elegido para volar las cabezas de puente que tan trabajosamente estaban tratando de construir Rajoy y Soraya para salir echando leches de la situación catalana y dejar al mando a un propio con el que se pudiese disimular. Él tampoco lo sabe, pero el expresident también nos ha hecho un favor cortando la retirada a los que estaban muriéndose de ganas de retirarse. Ahora los que quieren pasar de puntillas por la crisis más importante de España desde el 36 no van a tener más remedio que enfrentarla.

Por supuesto que esto nos puede llevar a una situación muy complicada, y no es descartable la violencia, pero ¿alguien pensaba que después de todo lo pasado había alguna forma de que esto acabase en besos y abrazos? El radicalismo descerebrado de Torra sólo puede hacer más rápido lo que era inevitable y yo, puestos en faena, tiendo a pensar que lo mejor es que el golpe acabe cuanto antes, aunque eso signifique que la traca final también llegue antes.

Sí, Torra es justo lo que necesitábamos: unos se quitan las caretas y a otros no les queda más remedio que arremangarse y defender la democracia de una puñetera vez, sin pactos indecentes y sin operaciones de diálogo estéril, porque o lo hacen así o la marea popular que va a seguir levantando un cafre como Torra les pasará por encima.

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