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Carmelo Jordá

Sea patriota: subvencione el calabacín

¿Y quién quiere el poder si no es para darse el gusto de repartir regalías, con lo aburrido que es gestionar bien?

A raíz de noticias como las numerosas entregas que estamos viendo de los papeles de Panamá, se dispersa por las redes sociales y los medios una especie de virus que relaciona el pago de impuestos –concretamente, de muchos impuestos– con el patriotismo.

El tema, ya se lo contábamos por aquí hace una semana, es hacernos creer, como en los anuncios de Montoro, que con cada euro que dejamos de pagar –que no es lo mismo que defraudar–, un hospital se queda sin construir, una carretera cae en el abandono como en las pelis de Mad Max, un niño –hambriento, para más señas– no puede completar su educación…

Pero lo cierto es que la inmensa mayoría de nuestros impuestos sirve básicamente para dos cosas: mantener la inmensa maquinaria estatal y sus abundantísimos privilegios y redistribuir las rentas para uso y disfrute de aquellos que mejor saben aprovechar los mecanismos presupuestarios en beneficio propio.

El ejemplo más grosero de este segundo punto, aunque no el único, son las subvenciones: centenares, miles de millones de dinero público, de nuestro dinero, que se dedican a los más variopintos y estrafalarios menesteres. Por supuesto, sin que nos pidan permiso; aún peor: sin mecanismos de ningún tipo que permitan evaluar el resultado que ha tenido esa inversión pública y, no digamos, saber si el dinero habría sido más rentable en otro ámbito.

Libertad Digital ha publicado este martes un artículo con alguno de los ejemplos más grotescos de este despilfarro multimillonario; no son los únicos y tampoco son los peores: con su dinero y el mío se subvencionan el terrorismo palestino, las ideologías totalitarias en medio mundo o los mecanismos proteccionistas que son un pie en el cuello de los países que tratan de salir de la pobreza. Y los partidos políticos –sí, también ese–, los sindicatos; encuentros culturales y kulturales, deportes que usted detesta, la ópera que pagamos los pobres para que los ricos puedan ir a verla…

A eso es a lo que se dedican sus impuestos y los míos, por culpa de eso usted y yo tenemos que trabajar medio año para el Estado. Los colegios y los hospitales podrían funcionar con mucho menos dinero del que nos roban año a año, mes a mes y día a día, pero todo lo demás no. ¿Y quién quiere el poder si no es para darse el gusto de repartir regalías, con lo aburrido que es gestionar bien?

Así que la próxima vez que tenga la oportunidad de pagar menos impuestos –legalmente, por supuesto–, no se lo piense mucho: sea patriota y subvencione el calabacín, la gallina de no sé dónde y el empoderamiento de algunas mujeres rurales de perdidos valles andinos, porque a eso es a lo que se destinará ese dinero. La decisión es suya.

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