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Carmelo Jordá

Sí: el 8-M sí tuvo la culpa

El aquelarre feminista acabó con las pocas posibilidades de que este Gobierno irresponsable e impresentable hubiese hecho algo parecido a lo que era y sigue siendo su obligación: gobernar.

El aquelarre feminista acabó con las pocas posibilidades de que este Gobierno irresponsable e impresentable hubiese hecho algo parecido a lo que era y sigue siendo su obligación: gobernar.
La ministra de Igualdad, Irene Montero, en la manifestación del 8-M en Madrid | EFE

Están el Gobierno, el PSOE, Podemos y hasta Miguel Lacambra haciendo el ridículo para tratar de demostrar que las manifestaciones del 8-M, que hay que recordar que se celebraron no sólo en Madrid sino en muchas otras ciudades de España, no tuvieron una incidencia significativa en el crecimiento brutal de la epidemia del coronavirus. Para ello han hecho altisonantes declaraciones, tuits e hilos hilarantes, sesudas reflexiones tertulianas y hasta creado periodistas de pega para perpetrar un artículo con muchos datos y muchas curvas y muchas trolas.

La verdad es que el empeño es tan inútil que casi resulta enternecedor: por mucho que te empeñes, no se puede negar la evidencia de que una miríada de manifestaciones con decenas de miles de personas es exactamente lo contrario a la confinación doméstica y a respetar la distancia social incluso en el supermercado, tal y como hacemos ahora.

Por otra parte, el rosario de bajas por coronavirus entre las políticas participantes en el sarao también nos dice algo, y, por si lo anterior y el sentido común no fuesen suficientes, hace unos días hablé con uno de los mayores expertos en coronavirus en España, que describió un manifestación –con "todas muy juntas y chillando"– como un entorno "idóneo" para la transmisión de la enfermedad.

Sin embargo, lo esencial no es si las mamarrachadas callejeras del 8-M –sí, he dicho "mamarrachadas callejeras"– contribuyeron poco, mucho o muchísimo a esparcir el coronavirus por España; lo realmente importante es que fueron lo que hizo que el Gobierno sesteara plácidamente hasta el día 10, corrigiendo y recorrigiendo el borrador de una ley innecesaria e impresentable y haciendo propaganda partidista con un tema, el feminismo, que podría servir para algo más que para ver a dos mujeres-de encabezando una manifestación presuntamente feminista.

Lo fundamental de todo esto es que, de no haber mediado el 8-M, quizá Pedro Sánchez y los suyos habrían tenido por una vez la tentación de gobernar y habrían podido preparar al país para lo que venía; quizá se habrían atrevido a prohibir las concentraciones de gente, tal y como aconsejaba la OMS –que publicó una guía al respecto el día 7–, medida que, por cierto, finalmente sí tomaron, pero el día 10.

Si no hubiesen esperado y deseado sacar tajada política del aquelarre feminista de aquel domingo, habrían podido impedir que se jugasen partidos de fútbol por toda España ese fin de semana, o las misas a las que acudieron miles de personas mal informadas; o, incluso, algo que les habría encantado prohibir: el mitin de Vox en Vistalegre.

Si su prioridad no hubiese sido demostrar lo feministas que son y lo machistas que somos todos los demás, puede que hubiesen empezado a coordinar una respuesta con las comunidades autónomas, a lo mejor habrían comprado el material que tanto necesitamos ahora y tan caro vamos a pagar; hasta podrían haber avisado de verdad a la gente para que tomase las precauciones que empezamos a tomar la semana siguiente.

Y una cosa importante: por favor, dejen ya la ridiculez del "no se podía saber"; en primer lugar, porque sí se podía saber, bastaba con acudir a las fuentes adecuadas, que las había; y en segundo lugar y más importante, porque el trabajo del Gobierno es saberlo, para eso pagamos a miles de asesores y técnicos, no para que den un sueldo por la cara a los amiguetes.

Sí, el 8-M sí tuvo la culpa: no sólo sirvió para que los virus se esparcieran muy a su sabor, sino que acabó con las pocas posibilidades de que este Gobierno irresponsable e impresentable hubiese hecho algo parecido a lo que era y sigue siendo su obligación: gobernar.

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