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Cayetano González

El nivel del Consejo de Ministros

Ya no es sólo la incompetencia manifiesta de muchos de los ministros. Es la imagen que se transmite de auténtico desgobierno.

Ya no es sólo la incompetencia manifiesta de muchos de los ministros. Es la imagen que se transmite de auténtico desgobierno.
Los ministros Albares, Llop, Grande-Marlaska, Bolaños, Maroto y Belarra. | EFE

Desde la Transición –por acotar un marco temporal–, nunca había habido un Gobierno de la Nación cuyos miembros tuvieran –salvo escasísimas excepciones– un nivel tan bajo. Se podría decir, sin correr un gran riesgo de equivocarse, que, en la España actual, visto lo visto, cualquiera puede ser ministro. Lo cual es triste y preocupante.

No digamos nada del nivel de conocimiento que tienen los ciudadanos sobre las personas encargadas de dirigir y gestionar los diversos ministerios. Le brindo una idea a José Félix Tezanos: que el CIS pregunte en la siguiente encuesta los nombres de los ministros y las carteras que ocupan. El resultado puede ser demoledor.

Dice el refranero que las comparaciones son odiosas, pero creo que no es el caso si se piensa en los ministros de los Gobiernos de la UCD de Adolfo Suárez, los del PSOE de Felipe González, los del PP de Aznar o de Rajoy. Fuentes Quintana, Pérez Llorca, Marcelino Oreja, Martín Villa, Jaime García Añoveros, Íñigo Cavero, Miguel Boyer, Carlos Solchaga, Javier Solana, Joaquín Almunia, Claudio Aranzadi, Antonio Asunción, Juan Alberto Belloch, Rodrigo Rato, Francisco Álvarez Cascos, Josep Piqué, Jaime Mayor, Loyola de Palacio, Esperanza Aguirre, Federico Trillo, Luis de Guindos, Soraya Sáenz de Santamaría, Ana Pastor, Fátima Bañez, Isabel García Tejerina, José Ignacio Wert… son sólo una selección de entre los muchos ministros que ha habido desde el primer Gobierno de Adolfo Suarez. Al menos, todos los citados tenían oficio y beneficio. Es decir, podían dejar la política y tener otra actividad profesional porque eran competentes.

¿Resisten la comparación con cualquiera de los anteriormente citados los Alberto Garzón, Irene Montero, Ione Belarra, Raquel Sánchez, Isabel Rodríguez, Manuel Castells, José Luis Ábalos, Arancha González Laya, Reyes Maroto, de los Gobiernos de Sánchez? Por no hablar de las Bibiana Aído, Leire Pajín, Magdalena Álvarez, María Antonia Trujillo y similares de los Ejecutivos de Zapatero, que es con quien empezó todo, también la degradación del nivel que debe tener quien ocupa un asiento en el Consejo de Ministros del Reino de España.

Pero lo que se está viviendo desde que Sánchez llegó a la Moncloa no tiene parangón. Ya no es sólo la incompetencia manifiesta de muchos de los ministros. Es la imagen que se transmite un día sí y otro también de auténtico desgobierno. Si el presidente va a su bola, los demás miembros del Gobierno no van a ser menos. Y así salen personajes como Garzón, que en una democracia mínimamente sana estaría inhabilitado para ocupar no ya un ministerio sino un cargo de mediana o baja responsabilidad.

A propósito del último dislate de este ministro con la cuestión de la calidad de la carne española, se ha publicado que el presidente del Gobierno no puede destituirlo porque se lo impide el acuerdo de gobierno con Podemos. Esto es lisa y llanamente una barbaridad, porque al único que le corresponde nombrar y destituir a sus ministros, según el artículo 100 de la Constitución, es al jefe del Ejecutivo. Por lo tanto, si Sánchez no destituye a Garzón no es porque no pueda, sino porque no quiere; quizás porque, en ese supuesto, podría poner en peligro el apoyo parlamentario de Podemos y, consecuentemente, tendría que adelantar las elecciones generales, algo que quiere evitar a toda costa, ante la posibilidad de perder el poder.

El espectáculo que están dando algunos ministros de Sánchez no tiene precedentes. Además de Garzón, que un miembro del Gobierno de España como el nuevo ministro de Universidades, Joan Subirats, proponga un referéndum en Cataluña para cambiar la estructura del Estado es algo intolerable. Pero ahí sigue en su puesto, y que el presidente no es que le destituye fulminantemente, sino que ni siquiera le desautoriza. Esta es la desgracia que tenemos los españoles: el peor Gobierno de la democracia –y ya tiene mérito, después de los que encabezó Zapatero–, en el peor momento de nuestra historia reciente.

Es de esperar que los dirigentes de PP y Vox, sobre todo los primeros, tomen buena nota de lo que está pasando, para dejar a un lado sus cuitas personales y partidistas para ponerse a trabajar en la construcción de una alternativa sólida que eche en las urnas al presidente de este Gobierno en el que abundan los incompetentes.

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