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Cayetano González

'Habemus Papam'

Un Papa no ocupa ese cargo por un afán de poder, sino, lisa y llanamente, para servir. ¿A quién, a qué? A todo el mundo.

No hace falta ser un experto vaticanista para saber que la Iglesia, por su propia naturaleza, es una institución que, aunque gobernada e integrada por personas –y por lo tanto no está libre de verse afectada por las miserias humanas–, es bastante diferente a las demás. Entre esas diferencias se podría resaltar la de que un Papa no ocupa ese cargo por un afán de poder, sino, lisa y llanamente, para servir. ¿A quién, a qué? A todo el mundo, a los católicos y a quienes no lo son, porque esa es la misión evangelizadora y apostólica, razón de ser de la Iglesia.

Por eso, la renuncia de Benedicto XVI al pontificado es ante todo un gesto lleno de generosidad, de humildad y de espíritu de servicio: lo ha hecho pensando única y exclusivamente en el bien de la Iglesia. No es de extrañar que en ciertos sectores de la opinión pública haya habido sorpresa y un cierto punto de asombro ante el hecho de que alguien, en estos mundos de Dios –la expresión viene muy bien para este caso–, decida dimitir y dejar paso a otro.

Entrando en la noticia en si de la renuncia, habría que recordar que cuando, en abril de 2005, tras la muerte de Juan Pablo II, fue elegido Papa por el colegio cardenalicio, se supo que dicha elección tuvo para él un cierto punto de contradicción, ya que sus planes personales –después de haber estado varios años en la Curia vaticana dirigiendo la Congregación para la Doctrina de la Fe– no pasaban, a sus 78 años, por el papado sino por retirarse a su Alemania natal y dedicarse al estudio, a la escritura sobre cuestiones teológicas, así como a tener mas tiempo para su afición favorita: la música clásica.

Pero, como se dice habitualmente, "los caminos de Dios son inescrutables", y una vez superado ese primer momento de contradicción, y de hostilidad por parte de ciertos sectores de la opinión pública, al considerar que había sido excesivamente duro o inflexible en la custodia de la doctrina de la fe, el papa Benedicto XVI se ha dedicado en cuerpo y alma durante estos casi ocho años de pontificado a la tarea que se espera de quien está al frente de la Iglesia. En todo este tiempo se ha ido ganando el afecto y la simpatía de la gente, y ha visto acrecentarse el prestigio que ya tenía como intelectual profundo y brillante, aspecto que ha quedado plasmado en sus encíclicas y libros.

Es muy difícil resumir en unas líneas los logros de un pontificado, pero en el caso de Benedicto XVI, uno de los principales, si no el principal, fue la defensa que hizo del diálogo y de la compatibilidad que existe entre la fe y la razón. Su conocida frase "La fe no se impone, se propone", pronunciada en el 2008 ante los obispos de Asia Central, podría ser un buen titular de su pontificado.

Con 85 años y una salud debilitada, ha tomado una decisión que tiene su sentido y que manifiesta un total desapego del cargo. Ha considerado que ya no estaba en condiciones de desarrollar plenamente su misión y ha decidido apartarse y dejar paso a otro Papa. Ahora se abre un breve tiempo de interinidad en la Iglesia, donde no faltarán las quinielas sobre los papables y que acabará dentro de unas semanas, cuando se pueda contemplar la famosa fumata blanca en la chimenea de la Capilla Sixtina y el cardenal camarlengo pronuncie desde el balcón central de la basílica de San Pedro la famosa frase:

Nuntio vobis gaudium magnum: habemus Papam. 

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