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Cayetano González

La doble vara de medir

Para la izquierda política y mediática de este país llamado España, la corrupción es distinta cuando afecta a la derecha y cuando le afecta a ella.

Vaya por delante que, en el caso de la operación Kitchen que golpea en estos días al PP, si el juez sentencia que desde el Ministerio de Interior se montó un dispositivo policial ilegal, con uso de fondos reservados, para robar a Luis Bárcenas pruebas que obraban en su poder y que podían incriminar a otros dirigentes del partido, los responsables políticos y policiales de la misma deberían pagar por ello.

Dicho lo cual, tengo serias dudas de que Pablo Casado estuviera especialmente fino cuando hace unos días dijo aquello de: “Yo en esos momentos era diputado por Ávila”. Sonó a un quitarse de en medio, que se puede entender, pero que no resulta muy decoroso cuando se es el actual presidente del partido. Las cosas se pueden decir de muchas maneras, y no parece que Casado eligiera la mejor.

Lo que sí se sabe es que para la izquierda política y mediática de este país llamado España la corrupción es distinta cuando afecta a la derecha y cuando le afecta a ella. No hay más que ver la campaña que en ambos frentes, el político y el mediático, se está llevando a cabo en estos días contra el PP, y más concretamente contra Casado, que, efectivamente, en términos orgánicos no tenía ninguna responsabilidad en su partido cuando supuestamente sucedieron esos hechos.

La doble vara de medir la corrupción se ha puesto de manifiesto, por ejemplo, en el Congreso de los Diputados, donde el PSOE ha impedido una comisión de investigación sobre los casos que afectan a sus socios podemitas. Y sin embargo ha impulsado una comisión para el caso de la operación Kitchen. Todo eso, bien aderezado y jaleado por los medios de comunicación amigos, produce el efecto deseado: aquí los únicos corruptos son los de la derecha.

Como recordaba este lunes Federico Jimenez Losantos en su programa, de momento el único ministro de Interior que ha estado en la cárcel ha sido uno del PSOE, José Barrionuevo; como del PSOE eran los también presidiarios Rafael Vera, exsecretario de Estado de Seguridad, y  Julián Sancristóbal, exdirector general de Seguridad. Todos ellos condenados por los GAL –las nuevas generaciones de españoles no saben nada de la guerra sucia contra ETA– y por malversación de fondos públicos. Por no hablar de Luis Roldán, también el único director general de la Guardia Civil que ha estado en prisión.

El PSOE es también el único partido que tiene a dos expresidentes, Manuel Chaves y José Antonio Griñán –también expresidentes de la Junta de Andalucía–, condenados por el caso de los ERTE. Y en Podemos, esos que llegaron a la política para cambiarlo todo, puros y limpios, el horizonte judicial amenaza algo más que nubarrones.

Tiene que resultar muy desalentador para la ciudadanía que, cuando se está viviendo una crisis sanitaria y económica de una gravedad infinita, el debate político que ocupa el primer plano vuelva a ser el de la corrupción. Un debate que, con la artillería mediática con la que cuenta, al único que viene bien es a Pedro Sánchez, que ve cómo el PP vuelve a sentirse desconcertado. A estas alturas del partido, Pablo Casado debería saber que para defenderse de tales estratagemas hay que batirse el cobre, hay que defenderse con uñas y dientes, sin complejos, sabiendo que el adversario que tiene enfrente es fuerte y pretende su aniquilación política.

Hace unos días leí el titular de un artículo de opinión que me pareció original y que retrata muy bien el carácter del presidente del PP: “Los chicos buenos van al Cielo, no a la Moncloa”.

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