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Cayetano González

Objetivo: Madrid

Se le acumulan los problemas al que hasta hace poco tiempo parecía intocable. Todo empezó con la metedura de pata de la moción en Murcia.

Que el PSOE en general y Pedro Sánchez en particular no han digerido todavía el varapalo de las autonómicas madrileñas es una evidencia, corroborada por los mensajes que se han lanzado estos días desde Moncloa y Ferraz, que para el caso son lo mismo. Al parecer, los estrategas monclovitas (qué buena frase la de Alfonso Guerra en la entrevista de este domingo en El Mundo: "¿Es que nos quieren cambiar a un Redondo, Nicolás, por otro Redondo, un tal Iván?") han llegado a la conclusión que lo que hay que hacer es mantener una estrategia de confrontación con el Gobierno de la Comunidad de Madrid, es decir, con Isabel Díaz Ayuso.

Quiero pensar que la presidenta de la Comunidad estará aplaudiendo con las orejas ante esta contumaz persistencia en el error por parte de los socialistas. En su aplastante victoria en las urnas pesaron muchos factores, pero sin lugar a dudas uno de ellos fue el haberse convertido durante la pandemia en el centro de los ataques del Gobierno central. Un día era Illa, otro Ábalos y con más frecuencia el propio Sánchez quienes lanzaban sus dardos contra Ayuso. Eso, una parte importante de la ciudadanía lo percibió como algo injusto, partidista y sectario y tuvo su castigo en las urnas.

El PSOE no gobierna en la Comunidad de Madrid desde 1995, con Joaquín Leguina, al que ahora, al igual que a Nicolás Redondo, quieren expulsar del partido. En el ayuntamiento de la capital las cosas no les han ido mejor a los socialistas, cuyo último alcalde fue Juan Barranco, entre 1986 y 1989. Dentro de dos años habrá elecciones municipales y autonómicas, y da toda la impresión de que los socialistas van a seguir sin gobernar en las instituciones de Madrid, no sólo por sus errores, sino porque el tándem Ayuso-Martínez Almeida es bastante sólido y su gestión, muy bien valorada por los madrileños.

Añádanse a todo lo anterior los síntomas de que quizá estemos ante un cambio de ciclo político en España, como para que Sánchez tenga que estar preocupado por su futuro personal y político, que ya se sabe es lo que le importa.

Cuando las cosas se empiezan a torcer, los problemas se acumulan. Eso es lo que le ha empezado a suceder al inquilino de la Moncloa y al proyecto político letal para España que puso en marcha hace año y medio, cuando pactó con Podemos el Gobierno de coalición y con los independentistas catalanes, los herederos políticos de ETA y los nacionalistas vascos del PNV su investidura.

El último revés que ha sufrido Sánchez es la confirmación de que en Cataluña habrá un Gobierno independentista formado por ERC y JxC, con el apoyo de los antisistema de la CUP. La apuesta del presidente del Gobierno cuando mandó a Salvador Illa como candidato era conformar un tripartito de izquierdas –PSC, ERC, Podemos– que diera continuidad al que se había puesto en marcha en Madrid. Eso no ha sucedido, y ahora Sánchez tendrá que hacer frente a las reivindicaciones independentistas que seguirán llegando desde Cataluña. Si la actitud tibia que en su momento tuvo Rajoy frente al desafío independentista fue un problema, es mejor no pensar lo que pueda suceder con Sánchez al frente de la nave.

Andalucía es otro dolor de cabeza para Sánchez, y las primarias en su partido, cuyo adelanto ha forzado para cargarse cuanto antes a Susana Díaz, habrá que ver en qué acaban, porque su otrora rival por la Secretaría General del PSOE le ha salido respondona y dará la batalla.

Se le acumulan los problemas al que hasta hace poco tiempo parecía intocable. Todo empezó con la metedura de pata de la moción en Murcia. La rápida reacción de Isabel Díaz Ayuso convocando elecciones en Madrid ha traído todo lo demás: la huida de la política de Pablo Iglesias, la muerte de Ciudadanos y una crisis en el PSOE de Pedro Sánchez. Como balance no está nada mal. ¿Cambio de ciclo? El tiempo lo dirá.

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