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Cayetano González

Sánchez está más vivo que nunca

A día de hoy, la única posibilidad real de que Sánchez sea el próximo inquilino de la Moncloa pasa por que reciba el apoyo de Podemos.

A día de hoy, la única posibilidad real de que Sánchez sea el próximo inquilino de la Moncloa pasa por que reciba el apoyo de Podemos.
EFE

En tres, cuatro semanas como máximo se sabrá si Pedro Sánchez ha sido capaz de conseguir los apoyos necesarios para ser investido presidente del Gobierno; en caso contrario, los ciudadanos volverán a ser convocados a las urnas para el domingo 26 de junio.

A día de hoy, la única posibilidad real de que Sánchez sea el próximo inquilino de la Moncloa pasa por que reciba el apoyo de Podemos, y con ese fin se verán este miércoles las caras el líder socialista y Pablo Iglesias. Si Sánchez es coherente con lo que ha venido manteniendo desde el día siguiente a las elecciones, tendrá que convencer al líder de Podemos para que se sume de una u otra forma al acuerdo que el PSOE tiene con Ciudadanos, algo que los de Iglesias rechazan de plano.

"La izquierda no suma", se ha hartado de decir Sánchez, y es verdad: sólo con el apoyo de Podemos el candidato socialista no podría ser investido presidente. Necesitaría además el apoyo de los dos diputados de IU, de los seis del PNV y la abstención de los de Esquerra Republicana y la antigua Convergencia, siendo este capítulo de las abstenciones de los independentistas catalanes lo más complicado de explicar a sus votantes.

Sin embargo, habrá que reconocer a Sánchez una capacidad de supervivencia realmente admirable. Nadie, sobre todo dentro de su partido, daba un duro por él tras el batacazo electoral que el PSOE se pegó el 20-D: el peor resultado de su historia reciente, bajando de 110 escaños a 90.

Muchos, también en el PP, le dieron por muerto, asegurando que los barones regionales –esos que gobiernan en sus comunidades autónomas gracias a Podemos– le iban a decapitar, en el Comité Federal celebrado ocho días después de las elecciones o, cuando esto no sucedió, en el que tuvo lugar a finales de enero. Pero no solamente no pasó nada en este cónclave socialista, sino que Sánchez rompió la cintura a sus críticos con su propuesta de someter a la militancia cualquier pacto de gobierno que alcanzara para su investidura.

El último logro de Sánchez ha sido conseguir el aplazamiento sine die del Congreso Federal en el que los socialistas habrían de elegir secretario general, y que estaba previsto para el 20 y el 21 de mayo. De esta manera desactiva, al menos temporalmente, la tan cacareada y nunca concretada intención de Susana Díaz de dar un paso al frente y hacerse con las riendas del PSOE. La misma Susana Díaz que apoyó a Sánchez en las primarias a secretario general, aunque ese apoyo fuera consecuencia de un despecho hacia Eduardo Madina.

Con el horizonte interno algo más despejado, Sánchez podrá negociar con Podemos con una mayor tranquilidad. Si consigue su apoyo, bienvenido será, y si no lo logra, volverá a ser candidato del PSOE en las elecciones del 26 de junio. Las encuestas no es que le vaticinen un resultado sustancialmente mejor que el actual, pero habrá que ver hasta qué punto el electorado de izquierda –del que forman parte muchos miles de votantes que se han ido del PSOE a Podemos– premia los esfuerzos que Sánchez ha hecho por lograr la gobernabilidad de España.

En su favor tiene que se atrevió a ir a una investidura cuando el Rey se lo propuso –algo que Rajoy rechazó–, y también el llegar a un acuerdo programático con Ciudadanos que supuso un esfuerzo de ambos partidos por desbloquear una situación realmente endemoniada como consecuencia de los resultados que las urnas arrojaron el pasado 20-D.

El hecho cierto es que Sánchez sigue acaparando toda la atención informativa, mientras que el candidato que dice que ganó las elecciones, cosa que es sólo una verdad a medias, ni está ni se le espera.

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