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Cayetano González

Veinticinco años sin Goyo

¿Qué haría o diría Goyo si estuviera hoy entre nosotros? Seguro que se rebelaría y denunciaría la traición a las víctimas del terrorismo.

El próximo jueves se cumplirán veinticinco años del asesinato a manos de ETA del joven dirigente del PP de Guipúzcoa y teniente de alcalde del Ayuntamiento de San Sebastián Gregorio Ordóñez Fenollar, al que sus amigos llamábamos Goyo. Con motivo de este aniversario, la fundación que lleva su nombre y pilota con gran tino su viuda, Ana Iríbar, inaugurará en la capital guipuzcoana una exposición que lleva por título Gregorio Ordóñez, la vida posible, que pretende ser un homenaje al político que nos arrebataron de forma tan cruel hace un cuarto de siglo.

ETA sabía bien a quién asesinaba cuando se decidió por Gregorio Ordóñez, rara avis en el mundo de la política y más específicamente en el de la política vasca, tan condicionada en aquellos años por el terrorismo. Goyo era muy independiente en su forma de actuar, impulsivo, de gran corazón, generoso. Ya lo era antes de dedicarse a la política.

Cuenta su hermana Consuelo una anécdota que refleja muy bien esa forma de ser. Goyo era el corresponsal en San Sebastián de un periódico de la tarde que se editaba en Vitoria, el Norte-Exprés. Estaba muy empeñado en hacer una entrevista al entonces obispo de la diócesis, monseñor Setién, y tengo para mí que éste, para librarse de la insistencia del joven periodista, le concedió finalmente la entrevista. Sentado en el despacho del obispo, Goyo puso en marcha la grabadora y le espetó la primera pregunta: "Monseñor, ¿usted cree en Dios?". Ahí acabó la conversación, ya que Setién se levantó inmediatamente y conminó a su interlocutor a que abandonara inmediatamente el despacho.

Decía que ETA sabía muy bien a quién mataba cuando decidió acabar con Gregorio Ordóñez. Él fue el primero de una serie de dirigentes o cargos públicos del PP asesinados por la banda terrorista. Años antes, ETA había liquidado a la UCD del País Vasco tras atentar mortalmente contra varios cargos públicos del partido centrista. Con el atentado de Goyo empezó la ofensiva contra el PP. Conviene recordar que sólo tres meses después la banda terrorista intentó asesinar en Madrid al entonces líder de la oposición, y presidente del PP, José María Aznar. Luego llegaron los atentados mortales contra concejales populares en y fuera del País Vasco: Miguel Ángel Blanco, José Luis Caso, José Ignacio Iruretagoyena, Alberto Jimenez Becerril, Tomás Caballero, Manuel Zamarreño, Jesús María Pedrosa, José María Martín Carpena, Manuel Indiano, José Luis Ruiz, Francisco Cano, Manuel Giménez Abad y José Javier Múgica. Estos atentados fueron cometidos entre julio de 1997 y julio de 2001.

¿Qué haría o diría Goyo si estuviera hoy entre nosotros? Seguro que se rebelaría y denunciaría la traición a las víctimas del terrorismo y a gran parte de la sociedad española cometida por Pedro Sánchez al pactar con Bildu la investidura de la socialista María Chivite como presidenta de Navarra.

Pero sobre todo seguiría luchando para que no se blanqueara a ETA, para que sus herederos fueran ilegalizados y expulsados de las instituciones por representar un proyecto totalitario y por lo tanto antidemocrático. Se dejaría la piel por recuperar un PP vasco que plantara cara, sin ninguna contemplación para con el mundo sociopolítico de ETA o para con el PNV. Algo en lo que Goyo trabajó antes de ser asesinado, y en lo que tras su muerte se siguió trabajando durante unos años gracias a personas como Jaime Mayor Oreja, Carlos Iturgaiz y María San Gil. Esa es la senda que debería retomar Pablo Casado, si no quiere que su partido siga siendo tan marginal y prescindible en la política vasca como lo ha sido en los últimos doce años. Y, desde luego, sería la mejor manera de mantener vivo el legado de Gregorio Ordóñez.

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