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Cayetano González

Viva el orden y la ley, viva la honrada Guardia Civil

La única salida digna para Marlaska es la dimisión.

Qué actualidad y que fuerza tiene en estos turbulentos días el himno de la Guardia Civil, cuyas dos primeras estrofas dicen:

Instituto, gloria a ti,
por tu honor quiero vivir,
Viva España, viva el Rey,
viva el orden y la ley,
viva honrada la Guardia Civil.

Benemérito Instituto,
guarda fiel de España entera
que llevas en tu bandera
el lema de paz y honor.

Resulta incomprensible el follón que ha organizado el ministro del Interior, Fernando Grande Marlaska, en el Instituto Armado, cuyo detonante fue la destitución fulminante, el pasado 24 de mayo, del jefe de la Comandancia de Madrid, el coronel Diego Pérez de los Cobos. Todo apunta a que se debió a la negativa del coronel a proporcionar a sus superiores datos sobre el contenido del informe elaborado por una unidad a su mando en calidad de policía judicial. El coronel Pérez de los Cobos cumplió con su deber, tal como consigna la ley: si un asunto está judicializado, el cuerpo policial que esté llevando a cabo la investigación sólo puede reportar a la autoridad judicial, y a nadie más.

A partir de ahí, todo fue un auténtico despropósito por parte del ministro. El anuncio, a las 36 horas de estallar el escándalo, de la aprobación en el Consejo de Ministros de la equiparación salarial de la Guardia Civil con el resto de cuerpos de seguridad sonó a eso: a un intento de contentar a la Benemérita con algo absolutamente justo –que ya había aprobado el Gobierno de Rajoy– pero que, anunciado en medio de una tormenta, quedó francamente mal.

Las explicaciones del ministro en los días posteriores, de que el relevo del coronel se inscribía en el derecho de todo responsable político a conformar equipos de confianza, son sencillamente ridículas. Un jefe de comandancia no forma parte de ese círculo de confianza que, efectivamente, todo responsable político tiene derecho a formar.

Por encima de un jefe de comandancia está toda la estructura de gobierno de la Guardia Civil, al frente de la cual, aparte del director general del Cuerpo, se encuentra el director adjunto operativo (DAO), el Mando de Operación, el de Personal y de Apoyo, puestos ocupados todos ellos por tenientes generales o generales. Por no hablar del Consejo Superior de la Guardia Civil, órgano colegiado integrado por todos los generales en activo.

A veces, las cosas más incomprensibles tienen una explicación muy pedestre. Este puede ser el caso. Un ministro nervioso, porque sabe que una unidad de la Guardia Civil ha elaborado un informe encargado por una juez comprometedor para miembros de la órbita del Gobierno por su actuación presuntamente negligente al autorizar las manifestaciones feministas del 8-M, puede cometer errores en la gestión de esa tormenta. Y eso fue lo que sucedió con la destitución de Pérez de los Cobos, que, aunque comunicada al interesado por la directora general de la Guardia Civil, es impensable que el ministro no tuviera, como mínimo, conocimiento de esa injusta medida. Injusta porque se ha destituido a alguien por cumplir con su deber, que no es otro que acatar la ley.

Parece mentira que Marlaska, que tuvo mucho contacto con el Instituto Armado en su etapa de juez en la Audiencia Nacional, no haya tenido presente en todo este episodio que la Guardia Civil es una institución tremendamente sólida, donde el sentido del honor, el cumplimiento del deber, el respeto a la ley y el servicio a España prevalecen sobre cualquier otra consideración. De ahí el cariño y el afecto que la sociedad tiene a la Benemérita. Por eso, con la crisis que ha generado, y de la que es el máximo responsable, el ministro ha dilapidado toda la auctoritas que debe tener quien está al mando de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, si quiere que estos le sigan y obedezcan.

Su única salida digna es dimitir. Tiene un precedente del que puede tomar ejemplo: otro ministro del Interior, el ya fallecido Antonio Asunción, dimitió el mismo día en que se supo que el director general de la Guardia Civil de aquel entonces, Luis Roldán, había huido de España para evitar la acción de la Justicia. Asunción se fue a su casa y la Guardia Civil sobrevivió a Roldán.

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