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César Vidal

Abellán lanza el guante

Con tanto desgarramantas empeñado en explicarnos la Historia de España desde cátedras de la pública no deja de ser significativo que la empresa relacionada con el sumario del asesinato de Prim la haya tenido que emprender la universidad privada.

Me consta que han circulado rumores de que esta semana iba a dedicar mi artículo al caso del obispo Bargalló, el presidente de Cáritas Latinoamerica, fotografiado en una playa en actitud equívoca, aunque, indudablemente, cariñosa con una mujer.

Radio Macuto es así de implacable e incluso se ha llegado a señalar que circulaban apuestas en el sentido de que abordaría ese tema para, a continuación, emprenderla contra el celibato eclesiástico y la jerarquía episcopal. No sólo no es el caso sino que, por añadidura, me trae absolutamente sin cuidado la peripecia personal del obispo Bargalló. La vida privada e íntima de cada uno es cosa particular en la que no me inmiscuyo jamás, salvo que los personajes en cuestión pretendan pagarse los vicios con el dinero que sale de mis impuestos. Incluso cuando la persona en cuestión incurre en la hipocresía tampoco suelo comentarlo por la sencilla razón de que es una cuestión suya y –si se quiere– entre él y Dios y yo no le llevo la contabilidad al Altísimo, como, al parecer, hacen los talibancillos que me leen buscando encontrar pecados por los que condenarme. ¿Qué más me da a mí que una conocida lesbiana casada heterosexualmente esté en las páginas de una piadosa web cuyo director me lee con atención y coloca comentarios fanáticamente agresivos al pie de mis artículos? Podría citar algunos ejemplos y, sin mencionar nombres, provocar algún escalofrío en beatos espinazos, pero no voy a hacerlo. Allá cada cual con su conciencia.

Me voy a centrar en el tema que hoy deseaba abordar y del que me ha distraído por unas líneas los inquisidores de vía estrecha que tanto me siguen y tan poco me quieren. Al grano. La universidad Camilo José Cela está exponiendo estos días los restos del sumario del asesinato del general Prim. Con anterioridad, a esa labor encomiable y ejemplar, se ha llevado a cabo una investigación extraordinaria para desbrozar la maraña judicial e ir desentrañando misterios tan jugosos como el de quiénes fueron los asesinos de Prim, quién ordenó su muerte y cuál fue la razón del crimen. Al frente de este equipo excepcional de investigadores ha estado Francisco Pérez Abellán, conocido especialista en criminología que, en esta ocasión, se ha merecido pasar por la puerta grande al terreno de la historiografía.

No voy a entrar en detalles de lo descubierto porque para ello remito a la entrevista a la que se sometió el miércoles de la semana pasada Pérez Abellán en Es la noche de César, pero sí deseo detenerme en dos aspectos que, a mi juicio, resultan de enorme relevancia. El primero es el de la incuria lastimosa de una buena parte de la investigación universitaria. Con tanto desgarramantas empeñado en explicarnos la Historia de España desde cátedras de la pública no deja de ser significativo que la empresa relacionada con el sumario del asesinato de Prim la haya tenido que emprender la universidad privada. Sé que hay excepciones y ejemplos loables, pero el tema, al final, no lo ha abordado la Complutense de los gastos millonarios, ni la Autónoma de la progresía ni la Carlos III del inamovible Peces-Barba. Lo ha realizado la Camilo José Cela. De esa manera, ha dejado de manifiesto que se cuenta con especialistas cualificados, que hay no pocas cuestiones que abordar en nuestra Historia... y que las ganas de trabajar en serio del adocenado medio universitario suelen brillar por su ausencia salvo a la hora de trincar subvenciones o de inventarse planes de investigación, seminarios y rolletes varios y costosos.

El segundo aspecto es el juicio que, a partir de este sumario, debe merecer a todos un personaje tan peculiar como el irlandés Ian Gibson. Reconozco que yo jamás he tenido a Gibson por hispanista y mucho menos por historiador. Un señor que pretende escribir Historia entrevistando gente y leyendo periódicos de la época ignora el ABC de la historiografía. Dígame cualquiera persona sensata y decente si se atrevería a escribir la Historia de los años de ZP recurriendo a los editoriales de El País y a las palabras de Rubalcaba y Bermejo. Pues a eso se reduce el método de Gibson en obras como su libro dedicado a Paracuellos, ya flojísimo en los años setenta y científicamente intolerable tras la publicación de la documentación soviética sobre el tema que, al parecer, ignora por completo a pesar de su relevancia. Recuerdo haberlo visto hace unos años –fue cuando me otorgaron el Premio Jaén por El último tren a Zurich– considerablemente cargado y pidiendo en un cocktail dinero a gente de las cajas para acabar un libro que tenía entre manos. Hay que reconocer que, por lo menos, era sincero aunque no sé si consiguió su objetivo. Desde luego, si lo logró es para empezar a entender el patio de Monipodio en que se convirtieron las cajas. Luego, tras dejar de ser concejal del PSOE, se metió en eso de la memoria histórica para acabar cosechando uno de los mayores ridículos que recuerda la Historia a la busca de la tumba de Lorca. Cualquier persona con dignidad se hubiera marchado de España tras aquello, pero –también es cierto– no tengo yo mucha seguridad de que ninguna nación, ni siquiera su Irlanda natal, hubiera acogido con el mismo papanatismo que la progresía española a Gibson. Pues bien, según contaba en la citada entrevista Pérez Abellán, Gibson se acaba de embolsar veinte millones de pesetas por una novela sobre el asesinato de Prim que es un verdadero escándalo desde el punto de vista historiográfico. Según señalaba Abellán, Gibson no sólo no se ha leído el sumario –diga lo que diga en las entrevistas– sino que no tiene la más mínima idea de su contenido. Todo parece indicar que la novela es un refrito de algunas tesis, históricamente equivocadas, de Valle-Inclán, y nada más. Si fuera mal pensado, especularía con el hecho de que la hasta hace poco directora de ficción de la editorial en cuestión ha sido siempre progre de pro y ahora mismo cuenta con un cargo de enorme responsabilidad en el grupo del PSOE del Ayuntamiento de Madrid y, a lo mejor, ese factor ha sido determinante en la concesión del galardón. Sin embargo, no pienso caer en ese tipo de especulaciones porque para jugar con el absurdo ya está Gibson y su ubicación de la tumba de Lorca. Me limito, simplemente, a recordar algo de enorme relevancia que decía en la citada entrevista Abellán, y es que lanzaba el guante para un encuentro público en el que iba a demostrar que el irlandés era un impostor que no sólo no conocía el sumario sino que además estaba llevando a cabo la poco edificante labor de engañar a los tontos e incautos que sean capaces de comprar su libro. Contemplaría pocas cosas con más agrado que el enfrentamiento entre un investigador español riguroso y un irlandés de desconocido rigor, aunque si no hay dinero que morder por en medio para el segundo –por ejemplo, procedente de alguna caja– no me hago ilusiones de que se celebre. En cualquier caso, Abellán ya ha lanzado el guante. Ahora está por ver si Gibson lo recoge.

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