Menú
César Vidal

El saqueo republicano

Apenas acababa de estallar la sublevación de julio de 1936 cuando el socialista Indalecio Prieto realizó un diagnóstico realista de la situación afirmando que los rebeldes estaban condenados a la derrota. Las razones no podían ser más sólidas. Carecían de industria porque el alzamiento había fracasado en Madrid, Cataluña y el País Vasco; no disponían de marina y, para remate, las reservas de oro y divisas del Estado se hallaban en manos republicanas.

A pesar de todas estas bazas a su favor, el gobierno republicano se caracterizó por una incapacidad notable para gestionar la guerra y una todavía más notable prodigalidad a la hora de disponer del patrimonio de la nación. De hecho, las reservas de oro del Banco de España fueron envíadas a la URSS en una operación gracias a la cual, como dijo el propio Stalin, “los españoles no verán el oro más de lo que puedan verse las propias orejas”.

A medida que avanzaba el conflicto y se iba decantando a favor de Franco, fue aumentando el número de personajes y personajillos de la República que pusieron tierra por medio con los bolsillos repletos. No pocas veces comenzaron siendo agentes y gerentes de las siniestras checas, y acabaron implicando a dirigentes de primera fila en episodios como el del Vita. Este latrocinio repetido parecía hasta la fecha haber respetado una de las bolsas de riqueza nacional, precisamente la referida a las obras de arte.

Hasta la saciedad se ha venido repitiendo la historia de los esfuerzos republicanos por preservar el patrimonio artístico de los desastres de la guerra convirtiéndolo incluso en tema de maniquea película. La noticia aparecida recientemente en relación con obras pictóricas que podrían haberse vendido en Canadá para sufragar el esfuerzo de guerra republicano, caso de confirmarse, vendría a aniquilar para siempre lo que entonces sería un mito más. Al final, va a resultar que puestos a saquear, los cargos, carguillos y carguetes republicanos no respetaron ni los lienzos del patrimonio nacional. Y uno se pregunta: ¿y cómo fuimos tan ingenuos durante décadas como para pensar que así había sido?

En Opinión