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César Vidal

Un nobel para un superviviente

Cuando Imre Kertesz, el último premio Nobel de literatura, vio la luz el 9 de noviembre de 1929 en Budapest, no se había alejado totalmente de Hungría el recuerdo de una época en que formó parte del imperio de los Habsburgo. Creció así en un ambiente en el que los judíos continuaban hablando el alemán –la lengua que tan bien habían cultivado durante décadas–, a la vez que profesaban una notable admiración por aquel estado que les había dado una cobertura emancipadora de notable envergadura. Sin embargo, no iban a pasar muchos años antes de que descubrieran que otros personajes cuya lengua materna también era el alemán sustentaban ideas muy distintas respecto a ellos.

En 1944, Imre Kertesz, a la sazón un muchacho de quince años, fue deportado a Auschwitz, el campo de exterminio nazi donde hallarían la muerte en torno a un millón de judíos. La guerra estaba casi terminada y Kertesz sobrevivió siendo liberado en 1945 de Buchenwald. Por esa época, su vocación literaria estaba asentada y comenzó a trabajar en un periódico. Si pensó entonces que disfrutaría ahora de la libertad pisoteada por los nazis no tardó mucho en darse cuenta de lo fútil de sus esperanzas. En 1951, el periódico para el que trabajaba fue convertido en órgano del partido comunista y él fue despedido. Para ganarse la vida tuvo que recurrir a escribir comedias musicales y divertimentos teatrales y además tradujo a algunos de los clásicos en lengua alemana. Si los húngaros de hoy pueden leer a Arthur Schnitzler, a Philip Roth, a Nietszche, a Hugo von Hofmansthal y a tantos otros genios de la época dorada de la literatura austríaca se lo deben en no escasa medida a Kertesz.

En 1960, acabó su primera novela –Sin destino– cuya redacción le había llevado década y media. Sería seguida por Kaddish para el hijo no nacido y por Un instante de silencio en el paredón en la que reflexionaba no sólo sobre el Holocausto sino también sobre el sentido de la vida y las grandes decisiones morales. En 1985, las autoridades húngaras decidieron reconocer su existencia precisamente cuando ya se había convertido en autor de culto en Alemania y Austria. En España, el reconocimiento le llegaría aún más tarde. Sin destino se publicó en 1996 y el Kaddish el año pasado.

Seguramente, el premio Nobel permitirá que su obra –ciertamente notable– sea más conocida entre nosotros y en ese sentido podemos decir con justicia que estamos de enhorabuena.

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