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Charles Krauthammer

Autopsia de una campaña

Hay que reconocer que McCain protagonizó una carrera valiente contra obstáculos imposibles. Será recordado –debe serlo– como el candidato presidencial más digno de la historia al que le fue negado el premio.

Entre el entusiasmo y la contundencia de la victoria de Barack Obama, olvidamos que durante las primeras semanas de septiembre, John McCain era realmente el favorito. Entonces se derrumbó Lehman y el sistema financiero empezó a hacer aguas.

No fue solamente un derrumbe sino un estado de pánico. Durante unos cuantos dolorosos días, tuvo lugar el colapso de la confianza en el sistema financiero entero (retirada masiva de depósitos bancarios, liquidaciones de fondos y un impulso a esconder los ahorros bajo el colchón). Esto no sólo tuvo el efecto de volver a la gente contra el Partido Republicano en el poder y de reclamar ayuda por parte del Gobierno.

Después de todo, si hasta Goldman Sachs recibía el amparo gubernamental, ¿por qué no usted? Y ofrecer la comodidad y la seguridad del Gobierno es la esencia del Partido Demócrata. Además, con una Casa Blanca republicana que ha nacionalizado parcialmente los bancos y casi todo lo demás, la maniobra final anti-Obama de McCain –acusaciones de socialismo y distribuir la riqueza de Joe el fontanero– se hicieron casi cómicas.

No somos conscientes aun de la ausencia de lo insólito de los eventos de septiembre y octubre. Nunca hemos sufrido un episodio de pánico financiero serio en mitad de una campaña presidencial. Piénsenlo. Si el S&P llega a cerrar el año en donde se encontraba el día de las elecciones, habrá sufrido su caída más acusada desde 1937. Eso son 71 años.

Asimismo, la economía también ha sufrido nueve meses consecutivos de pérdida de empleo. En vista de las pérdidas masivas tanto de capital como de empleo (lo cual afecta a todo hijo de vecino), ni siquiera Ronald Reagan habría podido sobrevivir. El hecho de que John McCain se ganara al 46% del electorado cuando el 75% decía que el país se encaminaba en la dirección equivocada es absolutamente notable.

Esto no equivale a decir que McCain no cometió ningún error. Su suspensión de la campaña durante la debacle económica fue una apuesta disparatada que no sólo fracasó, sino que generó la imagen de McCain como un líder errático y socavó profundamente su enorme ventaja sobre Obama en cuanto a la percepción de liderazgo.

La elección de Sarah Palin también fue un error. Hablo aquí de sus efectos políticos, no del psicodrama secundario de enfado feminista y repugnancia elitista que no tuvo nada que ver con la política y sí todo que ver con prejuicios culturales y resentimientos.

Palin fue un error ("casi suicida," escribía yo el día de su selección) porque socavó totalmente el principal argumento de McCain contra Obama: su inexperiencia y falta de preparación para liderar el país. No sólo eso: alteró la dinámica de las elecciones desplazando la atención, hasta el último día, a la preparación de Palin, su aptitud y experiencia (y alejándola de Obama).

McCain pensó poder robar a Obama el tema del "cambio" encabezando una campaña de dos rebeldes. Una empresa descabellada desde el principio mismo. Desafía a la lógica en el caso del candidato del partido en el poder intentar arrebatar el "cambio" a la oposición. Las encuestas a pie de urna del día de las elecciones sustentaron esto con gran energía. Los votantes para los que el cambio era el tema más importante se decantaron 89 a 9 por Obama.

Todo lo anterior no equivale a decir que Obama no protagonizara una campaña. La hizo. En su minimalismo tácticamente perfecto, estaba tan bien concebida y bien ejecutada como el inusual espectáculo de su victoria en las primarias. Antes de su convención de Denver, Obama entendió que tenía que prescindir de la magia y hacerse mundano, cercano, y por encima de todo, dar confianza con los motivos cotidianos de preocupación. Eso hizo. Y cuando se presentó el tsunami económico, entendió que todo lo que tenía que hacer era quitarse de en medio. Eso hizo también.

Con él, tendremos un presidente con la inteligencia política de Bill Clinton equipado con la férrea autodisciplina de Vladimir Putin (y digo esto con admiración). Con estos rasgos, Obama franquea ahora la escena política a idéntica escala que Reagan.

Pero antes de que nuestro héroe de guerra pase al olvido, hay que reconocer que McCain protagonizó una carrera valiente contra obstáculos imposibles. Será recordado –debe serlo– como el candidato presidencial más digno de la historia al que le fue negado el premio.

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