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Charles Krauthammer

El fabulador de Bagdad

Todos los conflictos armados de Estados Unidos –incluyendo Irak– nos han enseñado lo que la guerra puede hacer a los hombres. Lo único que aprenderemos de Scott Thomas Beauchamp es lo que las ambiciones literarias pueden hacerles decir.

Durante semanas, la veracidad de lo escrito en el New Republic por Scott Thomas Beauchamp, el soldado del ejército que enviaba despachos desde el frente en Irak, ha sido puesta en duda. Su último Diario de Bagdad (13 de julio) relataba tres incidentes en los que varios soldados norteamericanos daban muestras de una inusual insensibilidad. Las historias pretendían impactar. Y lo hicieron.

En una, el conductor de un vehículo de combate tipo Bradley se divertía atropellando perros, mutilándolos y matándolos. En otra, un compañero soldado llevaba sobre su cabeza y bajo su casco una parte del cráneo de un niño extraído de una tumba.

La fábula más desagradable, sin embargo, trataba del propio autor ridiculizando a una mujer a la que decía veía "casi siempre que iba a cenar al comedor de mi base en Irak". Estaba horriblemente desfigurada, con la mitad de su cara borrada a causa de una bomba de carretera. En una ocasión en que se sentó cerca de él, Beauchamp dijo en voz alta, " Me encantan las tías que han intimado con...  explosivos. La verdad es que me ponen los rostros desfigurados, los miembros amputados, las narices protésicas". Dado que su compañero de comedor se partía de risa, Beauchamp continuó: "De hecho, estaba pensando en reunir algunas chicas y hacer un reportaje fotográfico. ¿Tal vez para un calendario? 'Tías explosivas'". La mujer se fue corriendo.

Después de que algunos soldados y comentaristas planteasen dudas acerca de la plausibilidad de estos relatos, tanto el ejército como el New Republic investigaron. El ejército difundió una declaración diciendo abiertamente que las historias eran falsas. El New Republic afirma que fueron corroboradas por parte de soldados anónimos. El Weekly Standard cita una fuente militar anónima que asegura que el propio Beauchamp firmó una declaración retractándose formalmente de lo que había escrito.

En medio de estas afirmaciones enfrentadas, hay un punto que no se pone en duda. Cuando el New Republic realizó su investigación inicial, admitió que Beauchamp se había equivocado "en un detalle significativo". El incidente de la mujer desfigurada no tuvo lugar en Irak, sino en Kuwait.

Eso significa que tuvo lugar antes de que Beauchamp llegase a Irak. Pero precisamente la razón por la que contaba esa historia era dejar de manifiesto cómo la guerra había convertido un alma por lo demás sensible en un monstruo. De hecho, en el estilo literario rebuscado y tremendamente preocupado por sí mismo de un aspirante a escritor que se esfuerza por llegar a colaborar con el New Yorker, Beauchamp prosigue el terrible relato de su crueldad hacia la mujer desfigurada preguntando: "¿Soy un monstruo?" Y respondiendo con satisfacción que el mero hecho de poder esta pregunta después de (que el lector haya sido inducido a creer) que hubiera sido tan endurecido y embrutecido por la guerra demuestra que aún sobrevive un núcleo de humanidad en él.

Pero, oh, cuánto se perdió. En el pasado, ya ve, él era un alma sensible con "compasión hacia los discapacitados". En un pasaje particularmente empalagoso, nos cuenta que en su día trabajó en un campamento de verano con niños minusválidos y en la Universidad ayudaba a un colega con parálisis cerebral. Pero la guerra transformó a este delicado y compasivo joven en un animal sin sentimientos.

Excepto que ahora se sabe que el incidente del comedor tuvo lugar antes siquiera de que él llegase al país donde tiene lugar la guerra. En este punto, toda la historia –y toda la moraleja que pretendía sugerir– se viene abajo y hace banal y sin interés el resto de la narración. Es la historia de un desagradable ser humano, que se burla de alguien desfigurado, que a continuación se marcha a Irak y, como suele suceder con seres humanos así, encuentra la compañía de otros como él que matan perros por deporte, visten los huesos de niños muertos sobre sus cabezas, y encuentran igualmente divertido ridiculizar a una persona desfigurada.

Pronto sabremos si realmente hubo asesino de perros y portador de huesos. Pero el New Republic no parece haber comprendido cómo "el detalle de Kuwait" destruye todo el relato. Después de todo, ¿qué lo hacía lo bastante interesante como para publicarlo? ¿Por qué lo sacó el New Republic?

Porque encaja perfectamente en la narrativa más virulenta de la izquierda pacifista. La guerra de Irak –"la guerra de George Bush", como la llaman ahora Hillary Clinton y otros muchos que la apoyaron en su día– no solamente ha provocado el dolor y la destrucción de la que leemos todos los días. Ha hecho algo más pernicioso provocando daños invisibles que el examen profundo de un soldado valiente y con talento nos ha permitido contemplar: ha pervertido y corrompido a los jóvenes soldados que fueron a Irak y que ahora regresan moralmente arruinados. Jóvenes soldados como Scott Thomas Beauchamp.

Todos los conflictos armados de Estados Unidos –incluyendo Irak– nos han enseñado lo que la guerra puede hacer a los hombres. Lo único que aprenderemos de Scott Thomas Beauchamp es lo que las ambiciones literarias pueden hacerles decir.

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