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Charles Krauthammer

La injusticia de la empatía

La empatía nunca debería entrar en cuestiones judiciales. La justicia lleva una venda. No puede tener en consideración la identidad de las partes: todo el mundo debe ser igual ante la ley, sean blancos o negros, ricos o pobres, favorecidos o no.

Sonia Sotomayor encarna la historia americana clásica. También Frank Ricci.

Ricci es un bombero de New Haven destacado a siete manzanas de donde Sotomayor iba a dar las clases de Derecho (Yale). Se crió en el Wallingford obrero y luchó hasta la extenuación para vencer sus problemas de aprendizaje en unas escuelas públicas insuficientemente preparadas para sus necesidades. Sin embargo, no desistió y llegó a ser el bombero voluntario y técnico médico de emergencias más joven de Connecticut.

Después de estudiar técnicas de protección de incendios, se convirtió, dentro del cuerpo de bomberos, en el tipo que saca las escaleras y abre los boquetes de los edificios en llamas. Cuando se convocaron las oposiciones a bombero, se gastó 1.000 dólares en libros, abandonó su segundo empleo para poder estudiar entre 8 y 13 horas al día y, debido a su dislexia, contrató a alguien para que le leyera el material.

Al final, obtuvo la sexta nota más alta en las oposiciones a teniente, lo que le garantizaba el ascenso. Sólo hubo un problema, como no aprobaron suficientes negros con nota lo bastante alta como para ser ascendidos, el consistorio rechazó los resultados de los exámenes. Ricci y 19 más fueron a juicio.

Y aquí es donde se cruzan las dos historias americanas. Sotomayor era una de los tres magistrados del tribunal de distrito que ratificó la desestimación de su caso, negándole así su ascenso a Ricci.

Este veredicto molestó profundamente al resto de los magistrados de la sala, incluyendo al juez José Cabranes (designado por Clinton), quien junto con otros cinco criticaron la inusual desestimación en un solo párrafo –que al principio ni se publicó– que obviaba cuestiones esenciales de calado constitucional.

Este verano a buen seguro sucederán dos cosas: una, el Tribunal Supremo revocará el dictamen de Sotomayor; dos, a falta de un escándalo importante, Sotomayor pasará a formar parte de ese Tribunal Supremo.

Sotomayor comparte la visión del presidente Obama de que la empatía está en el corazón de las resoluciones judiciales, esto es, que hay que tener en cuenta los orígenes y las actuales circunstancias de los litigantes, así como pensar en como la sentencia afectará a sus vidas.

La gente se está preguntando qué es lo que a día de hoy representa el conservadurismo después de las elecciones de 2008. Bien, pues por encima de todo, el conservador se opone sin dudarlo a entender la justicia como empatía y defiende el principio de igualdad ante la ley.

La empatía es una virtud vital que hay que ejercer en el ámbito privado (por ejemplo, mediante la caridad, el respeto y la misericordia) y en la vida legislativa de una sociedad donde las consecuencias de una norma sean importantes (por este motivo tenemos un sistema fiscal progresivo y redes de asistencia para los pobres).

Pero la empatía nunca debería entrar en cuestiones judiciales. Tanto en sentido figurado como literario, la justicia lleva una venda. No puede tener en consideración la identidad de las partes: todo el mundo debe ser igual ante la ley, sean blancos o negros, ricos o pobres, favorecidos o no.

Obama y Sotomayor se basan en la "riqueza de sus experiencias" y en la preocupación por que la resolución judicial favorezca a una parte de la sociedad, la de orígenes marginales, sobre la otra. Pero la misma refutación de esta idea se encuentra en el juramento que tendrá que realizar Sotomayor cuando llegue al Tribunal Supremo: "Juro solemnemente que administraré justicia con independencia de las personas, y trataré igual a ricos y pobres... con la ayuda de Dios".

Cuando comience la comparecencia de Sotomayor ante republicanos y demócratas, los republicanos deberían llevar a Frank Ricci como su primer testigo. ¿Qué los demócratas quieren anclar la justicia a la empatía? Que dejen que Ricci cuente su historia y que juzgue el pueblo estadounidense si su promoción debería serle negada por el color de su piel, en un juicio al que Sotomayor calificó de "racialmente imparcial".

Que defiendan los derechos del individuo frente a los del colectivo: justicia frente a empatía. Y que luego voten a favor de confirmar a Sotomayor por el único motivo –violado constantemente por los demócratas, incluyendo al senador Obama– de que el presidente tiene derecho a nombrar sus candidatos al Supremo, incluso a uno que refleja tan prístinamente las opiniones del partido en el poder.

Las elecciones tienen consecuencias como ésta. Vote a los demócratas y tendrá progresismo de manual: un sistema judicial dirigido a recompensar a los colectivos que les votaron y una jurisprudencia de empatía defensora de los intereses de la parte menos "favorecida".

Los republicanos tienen una oportunidad para educar, como les gusta decir a los progres. Habrá que aprovecharla.

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