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Charles Krauthammer

La verdadera agenda de Obama

La crisis pasará. La mutación de Estados Unidos no vendrá por intervenciones puntuales, sino que está inserto en la auténtica agenda de Obama: su Santísima Trinidad de sanidad, educación y energía.

Cinco minutos habrían sido suficientes para explicar a James Madison qué es un coche (básicamente un barco de vapor sobre ruedas; el motor de combustión interna requeriría unos minutos más de comentario). Ahora bien, intentarle explicar a Madison de qué manera la Constitución que él creó permite al presidente garantizar de forma unilateral y en cada uno de los estados la reparación o el recambio de cada una de las piezas que conforman un vehículo, lo dejaría boquiabierto.

De hecho, estamos inmersos en una intervención pública tan salvaje y brutal que los problemas de constitucionalidad son zanjados de manera sumaria. El último secretario del Tesoro convocó a los nueve mayores bancos en su oficina y les informó de que, de ahora en adelante, él formaría parte de su Consejo de Administración. Su sucesor aspira a tener potestades para intervenir cualquier institución financiera por iniciativa propia.

A pesar de estos desastres, sigo más entretenido que alarmado. Primero, porque la idea de una "garantía presidencial" para los automóviles se me antoja demasiado barroca y cómica como para marcar el comienzo del peronismo yanqui.

Segundo, porque todavía existen grandes incentivos para lograr que estas intervenciones a los bancos y a las automovilísticas sean temporales y limitadas. Para Obama, bancos y coches son distracciones. Distracciones muy caras, sin duda, pero de no haber sido por la crisis financiera, difícilmente habría pretendido convertirse en el zar crediticio y automovilístico de los Estados Unidos.

Obama tiene ambiciones muy distintas. Su meta es reescribir el contrato social de Estados Unidos, redefinir las relaciones que existen entre Gobierno y ciudadanía. Quiere que el Estado elimine las diferencias de renta y de preocupaciones entre los individuos, esto es, exprimir a los ricos por razones crematísticas y de justicia. Desea nacionalizar la sanidad y federalizar la educación para permitir a todos los ciudadanos de todas las clases despreocuparse de la sanidad y de la educación, tal y como hacen los ricos. Y, por último, pretende financiar toda esta colosal red asistencial con lo que será la nueva gallina de los huevos de oro: un impuesto a las emisiones de dióxido de carbono, aunque lo llame de otra forma.

Obama es un igualador. Ha venido para reducir las diferencias entre ricos y pobres. Para él, el fin social definitivo es la justicia. Imponerla en Estados Unidos, su misión.

Justicia mediante igualación es la esencia del obamismo. Cuando Charlie Gibson le preguntó durante la campaña presidencial si tenía la intención de subir los impuestos sobre plusvalías aún cuando con ello provocara una reducción de la recaudación, Obama se aferró a su propuesta "por razones de justicia". Los componentes de este cóctel son una tributación marcadamente progresiva, sanidad y educación superior públicas y controles energéticos destinados a incrementar la recaudación. Pero antes de todo esto, tiene que ocuparse de las distracciones. Si no, estas "molestias" podrían hundir la economía y su popularidad antes de que logre implementar su verdadera agenda.

Las grandes distracciones, claro, son la crisis crediticia –que Obama ha subcontratado a Geithner– y el colapso de los grandes fabricantes de automóviles, de lo que parece encargarse el propio presidente en persona.

Eso fue un error táctico. Habría sido mejor permitir que las automovilísticas se acogieran directamente al procedimiento concursal y que fueran los jueces quienes administraran la píldora amarga a la plantilla y a los acreedores.

Al despedir al consejero delegado de General Motors, dar boleto al nuevo Consejo de Administración y repartir órdenes sobre qué sucursales cerrar y qué tipo de coches fabricar, Obama se convierte, de facto, en el propietario de la compañía. Dentro de poco podría arrepentirse.

Hay quien encuentra paralelismos entre esta política industrial centralizada y el corporativismo fascista de los años 30. Yo tengo mis dudas. De momento, el dirigismo sólo ha tenido lugar en ámbitos concretos e implican a instituciones financieras globales –que incluso la Administración Bush consideró que deberían ser nacionalizadas– y a los fabricantes de automóviles que fueron quienes pidieron dinero por sí solos.

Por muy barrocas y discutibles desde un punto de vista constitucional que puedan ser estas intervenciones, la transformación del sistema política estadounidense llegará por otra parte. La crisis crediticia y el exceso de capacidad productiva de la industria automovilística pasarán. La mutación de Estados Unidos no vendrá por intervenciones puntuales, sino que está inserto en la auténtica agenda de Obama: su Santísima Trinidad de sanidad, educación y energía. De estas tres procederá una transformación radical del Estado de bienestar, la igualación social y económica en nombre de la justicia y un incremento masivo del tamaño, las funciones y el alcance del Estado.

Si Obama cumple su sueño, tendremos una nueva América: "justa", igualitarista y socialdemócrata. Obama no fue elegido para garantizarle su vehículo, sino para garantizarle la vida.

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