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Charles Krauthammer

Los medios vuelven a rezar a San Obama

Barack Obama ha estado despuntando a costa de Hillary en parte porque Tuzla les ha recordado a los demócratas lo que habían logrado en gran medida borrar de su cabeza: la relación tan distante que mantienen los Clinton con la verdad.

Hillary Clinton se encontró con su Waterloo en Tuzla. Había estado entreteniendo a sus audiencias con relatos de un peligroso aterrizaje bajo fuego de francotirador en esta ciudad bosnia tras el que tuvo que correr para ponerse a cubierto, evento que habría tenido lugar hace 12 años. Nada de esto ocurrió. Cuando la CBS mostró la grabación, se vio obligada a admitir haber hecho "una declaración errónea”.

Bien, la confusión de recuerdos es un fenómeno psicológico bastante común. Todos hemos interiorizado hasta tal punto historias de la infancia repetidas frecuentemente por los mayores que hemos llegado a "recordar" falsamente la experiencia real. La memoria de una persona adulta es menos susceptible a invenciones inconscientes de este tipo, pero las experiencias pasadas, embellecidas a lo largo del tiempo por la rememoración repetida, pueden alcanzar el punto en que de verdad creamos los elaborados adornos de nuestros propios relatos.

El problema de Clinton, sin embargo, es que un aterrizaje bajo fuego de francotirador es el tipo de cosas que es difícil de olvidar y aún más difícil que la memoria invente. Es una confusión de recuerdos de proporciones patológicas, es decir, clintonianas. Y ese es el problema. Barack Obama ha estado despuntando a costa de Hillary en parte porque Tuzla les ha recordado a los demócratas lo que habían logrado en gran medida borrar de su cabeza: la relación tan distante que mantienen los Clinton con la verdad. El gran columnista del New York Times William Safire llamó en una ocasión "embustera congénita" a Hillary Clinton y el calificativo triunfó. Y eso fue más de una década antes del francotirador-gate.

El rechazo ante la falta de escrúpulos de los Clinton permaneció latente durante el tiempo en que la atención se centró en su relativamente desconocido contrincante, un papel en blanco que se fue llenando con la sombra de los oscuros acuerdos de Tony Rezko y las diatribas racistas de Jeremiah Wright. Tuzla no sólo proporciona una distracción del problema de Obama con el delirante reverendo, sino que resulta la excusa perfecta para que la prensa declare cerrado el asunto Wright.

En su discurso de Filadelfia, Obama instruyó a la nación desde las alturas en que se haya que los Estados Unidos estaban enormemente necesitados de un diálogo nacional en materia racial –una necesidad curiosamente ausente antes de que las palabras de su pastor provocaran que su campaña entrara en barrena– y que él, Barack Obama, estaba preparado para dirigirlo. Todo estaba ahora sobre la mesa, excepto su vinculación a Wright. Porque "reproducir los sermones del Reverendo Wright en todos los canales, todos los días y hablar de ellos todos los días hasta las elecciones" sería simplemente "una distracción" del sufrimiento del pueblo norteamericano, el cual, por supuesto, está provocado por los sospechosos habituales: la deslocalización y "los grupos de intereses especiales en Washington".

Esta invitación a pasar página, por decirlo así, ha sido ampliamente aceptada. Tras el discurso, se convirtió en artículo de fe que referirse siquiera a los comentarios de Wright es de alguna manera ilegítimo, un ataque equivalente al que hicieran contra Kerry sus compañeros en Vietnam.

No es sólo que Obama delegase en el congresista George Miller la denuncia de la campaña Clinton por sacar a Wright a colación al dirigirse a los súper delegados como "tomar el mal camino". Es lo que cabe esperarse de una campaña. O que Andrew Sullivan calificara los comentarios de Hillary sobre Wright como "un nuevo mínimo". Es de esperar viniendo de Andrew Sullivan.

¿Pero de los principales medios de comunicación? Como ha señalado Byron York, de National Review, cuando el partidario de Clinton Lanny Davis dijo en la CNN que es “legítimo” que ella haya mentado que "personalmente no apoyaría a alguien que dice que el 11 de Septiembre es el resultado de viejas cuentas pendientes que vencieron entonces" o el tipo de "comentarios genéricos que hizo (Wright) sobre la América blanca", Anderson Cooper, el presentador del programa y supuesto moderador, metió baza diciendo que puesto que "todos sabemos cuáles fueron los comentarios (de Wright)”, encontraba "sorprendente" y "divertido" que Davis "sintiera la necesidad de repetirlos una y otra vez”.

Davis protestó: “es apropiado”. Joe Klein, de Time, atacó puntualmente a Davis con “Lanny, Lanny, está usted propagando, esta usted propagando el veneno ahora mismo" y a continuación sugería que "una persona de honor" se mantendría "alejada de estas cosas".

Sorprendente. Hemos pasado de la equivalencia moral a la inversión moral. Ahora es deshonroso observar siquiera el fanatismo de Wright y preguntarse cómo un hombre –y no digamos ya uno en el umbral de la presidencia– puede relacionarse durante 20 años con el proveedor de un odio semejante.

Contemplando semejante espectáculo, es comprende por completo el desafío al que se enfrenta Hillary. Los medios de referencia han vuelto a las andadas. Los chistes de Saturday Night Live parodiando la obsequiosidad de los medios hacia Obama, seguidos de cerca por la revelación de las cintas Wright, obligaron temporalmente a los medios a someter al candidato a un escrutinio más normal. Pero tras "el discurso" y Tuzla, han vuelto a cerrar filas como protectores del mito de Obama.

El trato hagiográfico a un líder demócrata de nuevo cuño es algo que sucede una y otra vez en el periodismo americano. En el amanecer de la era Clinton hace 15 años, la portada del New York Times Magazine mostraba a una mujer vestida por completo de blanco. La cabecera rezaba: "Hillary Rodham Clinton y la política de la virtud”. En el interior, bajo el título Santa Hillary, el difunto Michael Kelly firmaba una brillantemente impersonal y fríamente irónica deconstrucción de su celestial persona. San Obama aguarda a su Michael Kelly.

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