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Clemente Polo

Corrupción Democrática de Cataluña

Los partidos políticos se han convertido en organizaciones cuasi-mafiosas que practican una especie de extorsión sobreentendida a la que el mundo empresarial se somete sin rechistar desde hace décadas.

Hace unos días mantuve una animada polémica con un representante de Convergència Democràtica de Catalunya (CDC) en un programa de televisión. Se hablaba en esos momentos sobre el desapego de los ciudadanos hacia la política y su desconfianza hacia los políticos, y surgió, cómo no, el tema de la corrupción. Era un muchacho joven –me pareció entenderle que uno de los diputados más jóvenes en el Parlament de Cataluña– que habló con gran vehemencia sobre la necesidad de atajar de raíz la corrupción que tanto daño hace a todos los políticos que, por su experiencia personal, eran en su inmensa mayoría personas honradas que con gran sacrificio personal se desvelan en servir a los ciudadanos las veinticuatro horas del día. Discurso de púlpito: rebaño blanco salpicado por la torcida conducta de una oveja negra que envilece al resto del hato.

Cuando terminó su perorata, le manifesté mi total desacuerdo con su visión del quehacer de los políticos que se me antojaba alejada de la realidad e hipócrita. Mi impresión –proseguí– es que, con independencia de las conductas individuales, los partidos políticos se han convertido en organizaciones cuasi-mafiosas que practican una especie de extorsión sobreentendida a la que el mundo empresarial, pendiente de los sustanciosos contratos de obras, servicios, explotación, etc., que reciben de las administraciones públicas, se somete sin rechistar desde hace décadas. ¿Cómo –le dije– podía caracterizar a su propio partido como un rebaño de blancas ovejitas blancas, cuando hay numerosas pruebas de que primero el Sr. Torrens, tesorero del partido hasta 2005, y después el Sr. Osàcar, secretario personal del Sr. Mas desde el año 2000 al 2005 y tesorero del partido entre 2005 y 2010, eran los presuntos receptores de las comisiones que pagaban algunas empresas al diligente Sr. Millet, a la sazón todopoderoso jefe del Palau de la Música Catalana, por las adjudicaciones de obras y servicios recibidas de los gobiernos de Jordi Pujol?

¿Cómo es posible que el Sr. Mas i Gabarró, secretario general del partido y actual presidente del Gobierno de la Generalitat, ocupara las Consejerías de Obras Públicas (1996-97) y Economía (1997-2001) y fuera primer consejero (20012003) en los años claves en que se hicieron las adjudicaciones de las obras de remodelación y ampliación del Palau, la línea 9 del metro, la Ciudad de la Justicia y el plan de regadío y explotación Segarra-Garrigues, entre otras, y no se enterara de las comisiones que presuntamente cobraba su tesorero y se empleaban para financiar los actos y las campañas electorales de su partido? Advertidos como estaban los dirigentes de CDC de las graves irregularidades que cometían los gestores del Palau desde al menos el año 2002, ¿cómo se puede exculpar al Sr. Puig i Godes que estuvo al frente de la Consejería de Política Territorial y Obras Públicas en 2002-03 cuando realizó algunas adjudicaciones millonarias que proporcionaron suculentas comisiones con las que presuntamente se financió CDC hasta 2009? ¿Y qué decir del Sr. Recoder, actual consejero de Política Territorial y Obras Públicas, que durante su etapa de alcalde de Sant Cugat adjudicó y construyó un pabellón deportivo (PAV-3) por el que el Sr. Millet también cobró una comisión del 4% que se repartió con CDC? Lo que ha salido a la luz merced a las innumerables torpezas y chapuzas cometidas por Millet, Montull y su queridísima hija en el chiringuito de comisiones en que convirtieron el Palau durante dos décadas.

La única respuesta que ofreció el joven diputado a mis argumentos es que se trataba de meras suposiciones mías: nada se había probado judicialmente ni nadie había sido condenado todavía. Si un joven diputado –que presumo no ha participado personalmente en ninguna operación de financiación ilegal de su partido– defiende así a sus jefes de filas, aunque sobre ellos pesen fundadas sospechas de haber utilizado sus cargos públicos para extraer comisiones a empresas beneficiadas con adjudicaciones de obras y servicios cuando gobernaban, se impone la terrible conclusión de que la corrupción se ha apoderado de la conciencia de las futuras camadas convergentes. Al expresarse así mi interlocutor, pese a su juventud, demostraba haber renunciado ya a pensar por su cuenta, a luchar para que la verdad salga a la luz, y a pedir responsabilidades políticas a los presuntos delincuentes. Lo que es peor: su actitud mostraba una disposición servil a edulcorar y encubrir las presuntas fechorías cometidas por sus jefes.

No deja de ser una enorme paradoja que a pesar del extendido malestar que reflejan las encuestas de opinión, la mayoría de ciudadanos, llegada la hora de votar, –hay, es verdad, un alto porcentaje de abstencionistas cuyo pasotismo o hastío viene como anillo al dedo a los corruptos, y una minoría apreciable que expresa su desencanto votando en blanco o invalidando su voto– haya otorgado su confianza a un partido cuyos dirigentes están envueltos en graves casos de corrupción y convertido en presidente al jefe de la banda. Todo un ejemplo para animar a los aprendices de secuaces que se curten en sus filas a seguir por el camino recto. Catalanito que vienes al mundo, ¿quién va a salvarte de la corrupción?

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