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Clemente Polo

Desvergonzados e indignados

Puede ser que el discurso de los indignados peque de emocional e inconexo, pero tenían mucha razón quienes pusieron cerco al Parlament para expresar su disconformidad con los privilegios de la casta política catalana.

Hace unas semanas justificaba el Sr. Benach, presidente del Parlament de Catalunya (2003-10), que los diputados reciban dietas para compensar los muchos kilómetros que hacen cada año y el consiguiente desgaste que registran sus vehículos en el desempeño de sus tareas. Al escucharle, me sentí conmovido por la visión de una legión de sufridos parlamentarios de a pie que se levantan cada día al alba, como los más sufridos asalariados, y conducen sus vehículos para acudir a la inhóspita sede del Parlament en el parque de la Ciutadella de Barcelona, y consumen allí incontables horas en sus despachos preparando sesudas intervenciones hasta que, ya bien entrada la noche, cabizbajos y sudorosos, devoran, cual sufridos taxistas, decenas de kilómetros por calles y carreteras desiertas en pos de un merecido descanso.

Y así día tras otro para percibir un magro sueldo de 43.695 euros anuales. ¿Quién podría resistir ese continuo sinvivir, el trasiego y la tensión que conlleva la vida parlamentaria, si no se recompensara con magros complementos a quienes ostentan cargos de responsabilidad (51.129 euros a los portavoces de grupo y 29.216 y 21.912 a los portavoces adjuntos primero y segundo, respectivamente), se incentivara la participación de los diputados con dietas (entre 6.000 y 12.000 euros) en comisiones y plenos, y se les resarciera por los gastos de desplazamiento (21.600 euros a los residentes en la provincia de Barcelona y hasta 31.000 euros para el resto), pequeñas dádivas que hacen más llevadera su sacrificada existencia? Con todo, el diputado de a pie residente en Barcelona sólo alcanza a cobrar una minucia: 61.295 euros.

Supongo que a los ciudadanos que utilizan cada día sus vehículos para desplazarse al trabajo o desarrollar su actividad laboral se les habrá quedado cara de bobo al escuchar la explicación del expresidente Benach. ¿Cómo es posible –se dirán muchos catalanes– que un hombre sin ninguna cualificación conocida –su escueta nota biográfica indica que abandonó los estudios de Medicina para convertirse con veinte años en funcionario de la Generalitat en 1979– percibiera 152.954 euros como presidente del Parlament de Catalunya, dispusiera a su antojo de uno de los mejores automóviles del parque de la Generalitat durante 24 horas, y siga hoy disfrutando, tras dejar el cargo, de un sueldo y unos privilegios de todo punto injustificables? ¿Cómo puede ser –se preguntarán tantos jóvenes bien formados que no encuentran un puesto de trabajo remunerado en Cataluña– que este prohombre de "izquierdas" haya alcanzado tanta notoriedad y privilegios?

Algo funciona mal en esta democracia, Mr. Jones. Puede ser que el discurso de los indignados peque de emocional e inconexo, pero tenían mucha razón quienes pusieron cerco al Parlament para expresar su disconformidad con los privilegios de la casta política catalana, aunque sobraron los gestos zafios, los zarandeos y el lanzamiento de pintura. Una ingenuidad sin consecuencias que permitió al presidente Mas y otros diputados VIP mirarlos por encima del hombro desde los helicópteros... y acusarlos después de cruzar la línea roja. Claro que, como aclaró el diputado López Tena, catalán viejo, los indignados no eran auténticos catalanes porque hablaban español. ¡Que Dios le conserve el oído porque la cabeza la tiene perdida!

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