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Clifford D. May

Secuestrado por los talibanes

Aunque los grupos como los talibanes, al igual que Hizbolá y Hamás, pueden luchar localmente, sus líderes siempre han pensado globalmente, viendo su lucha como parte de una guerra más amplia contra Occidente.

Casi hace un año, el corresponsal del New York Times David Rohde fue secuestrado por los talibanes. Yo me encontraba en Afganistán en aquel momento y, como muchos occidentales en el país, me enteré de ello pero estuve de acuerdo en no escribir acerca del secuestro. Se pensaba que la publicidad podría aumentar el peligro para Rohde. Aún así, durante los meses siguientes, mucha gente pensó que no se le volvería a ver (excepto quizá en algún vídeo con yihadistas encapuchados usando extasiados sus cuchillos de carnicero contra la garganta infiel, tal y como lo hicieron con el periodista del Wall Street Journal, Daniel Pearl).

Pero Rohde sobrevivió siete meses y diez días en cautiverio, en Afganistán y luego en áreas de Pakistán controladas por los talibanes, hasta que logró escapar. Su relato de lo que pasó en ese período, y que lo publicó el New York Times hace unos días, es fascinante. También es revelador aunque en formas que a veces Rohde no expresa y quizá ni sea su intención.

Cuando los captores de Rohde se lo llevaron a través de la frontera a Pakistán, Rohde se quedó "asombrado" al encontrar "un mini Estado talibán que prosperaba abiertamente y con toda impunidad. A lo largo de las principales carreteras en el norte y el sur de Waziristán, los puestos fronterizos del Gobierno pakistaní habían sido abandonados y reemplazados por retenes controlados por los talibanes. Oíamos los ecos de explosiones resonando por el norte de Waziristán mientras mis guardias y otros combatientes talibanes aprendían a hacer bombas de carretera que acabaron con la vida de tropas americanas y de la OTAN".

Estas áreas tribales, "ampliamente percibidas como paupérrimas y aisladas" en realidad tenían "magníficos caminos, electricidad e infraestructura si se compara con lo que hay en la mayor parte de Afganistán. En toda la zona norte de Waziristán había policías talibanes patrullando las calles y grupos de trabajo de los talibanes llevando a cabo proyectos de construcción. Había militantes extranjeros paseándose libremente por los bazares de Miram Shah y otros pueblos. Jóvenes afganos y miembros pakistaníes de los talibanes reverenciaban a los combatientes extranjeros que les enseñaban a hacer bombas".

La implicación obvia es que el Gobierno y el ejército pakistaníes estaban permitiendo que los talibanes controlaran territorio y mantuviesen intricadas bases de operación, refugios seguros donde combatientes afganos, pakistaníes, árabes, uzbecos, chechenos, uigures y otros podían descansar, entrenar y prepararse para luchar contra las fuerzas americanas y afganas al otro lado de la frontera.

Finalmente, ¿ha cambiado todo eso? A principios de este mes, mientras yo estaba de visita en Pakistán, los talibanes atacaron el cuartel general del ejército, el equivalente del Pentágono, en Rawalpindi. Desde entonces, se ha lanzado una importante campaña –aproximadamente 40.000 soldados apoyados por helicópteros y cazabombarderos– contra los talibanes en Waziristán. Es demasiado pronto para decir si el ejército pakistaní posee ahora la voluntad y la capacidad de limpiar esas áreas y mantenerlas bajo su control a largo plazo. Pero quizás eso debería determinarse antes de que se triplique la ayuda a Pakistán según está pensado de acuerdo a la legislación firmada por el presidente Obama el pasado mes de octubre.

También podemos inferir lo siguiente: Osama bin Laden, su lugarteniente Ayman al-Zawahiri y otros líderes de Al-Qaeda no viven en cuevas ni sufren severas privaciones como tantos han creído. Al contrario, ahora debemos asumir que ellos están bien pertrechados en casas cómodas con electricidad, agua corriente, mucho alimento y servicios como guardias, sirvientes y quizá hasta esposas que los atiendan.

Rohde escribe que, antes de su secuestro, él veía a los talibanes "como una versión light de Al-Qaeda, un movimiento motivado por la religión que se centraba principalmente en controlar Afganistán". Ya en cautiverio aprendió que "el objetivo de los talibanes extremistas es mucho más ambicioso. El contacto con militantes extranjeros en las áreas tribales parecía haber tenido un profundo efecto en muchos jóvenes talibanes combatientes. Ellos quieren crear un emirato islámico fundamentalista junto a Al-Qaeda y que cubra el mundo musulmán".

De hecho, la evidencia sugiere que esto no es nada nuevo. Aunque los grupos como los talibanes, al igual que Hizbolá y Hamás, pueden luchar localmente, sus líderes siempre han pensado globalmente, viendo su lucha como parte de una guerra más amplia contra Occidente. 

Casi hace dos años, el comandante talibán pakistaní Baitulá Mehsud –que murió durante el ataque de un Predator americano en agosto– decía a la cadena de televisión Al-Jazeera: "Nuestro principal objetivo es acabar con Gran Bretaña [y] Estados Unidos y aplastar el orgullo de los no-musulmanes". En 2002, Hassan Nasralá, el líder de Hizbolá, grupo financiado por Irán, declaraba en la televisión Al-Manar que "a pesar de cómo ha cambiado el mundo después del 11 de Septiembre, el ‘Muerte a Estados Unidos’ seguirá siendo nuestro atronador y poderoso lema". Y el parlamentario de Hamás, Yunis Al-Astal, ha prometido "conquistas islámicas" tanto en Europa como en Estados Unidos.

Los afirmaciones de que estos grupos están librando "luchas nacionales de liberación", que su único objetivo es liberarse de la "ocupación extranjera", son los lemas que usan cuando se dirigen a crédulos occidentales (de los que nunca hay escasez).

De igual forma, mientras sofisticados militantes, sus portavoces y apologistas enfatizan lo que ellos esperan que se vean como "agravios legítimos", durante sus meses como prisionero, Rohde oyó muchas quejas que solamente podía considerar como "paranoicas y delirantes".

Por ejemplo:

Siete años después del 11-S, ellos continuaban insistiendo que los ataques fueron planeados por agencias de inteligencia americanas e israelíes creando el pretexto perfecto para que Estados Unidos esclavice al mundo musulmán. Decían que Estados Unidos forzaba la conversión al cristianismo de grandes cantidades de musulmanes. Creían que los soldados americanos y de la OTAN hacían trabajar a mujeres afganas como prostitutas en bases militares. Su odio por Estados Unidos parecía ilimitado. Los americanos invadieron Afganistán para enriquecerse, no para ayudar a los afganos.

El final feliz de la historia de Rohde es que él y Tahir Luddin, un periodista afgano al que también habían secuestrado junto con Rohde, escaparon una madrugada mientras sus guardias dormían. Usaron un cable de remolque para bajar una pared de unos cinco metros y luego caminaron hasta llegar a una base militar pakistaní cercana donde les dieron refugio y ayuda.

Entre las preguntas que Rohde no plantea: ¿Qué arreglo tenían los soldados pakistaníes de la base con los terroristas y rebeldes en el pueblo y la región circundantes? ¿Sabían éstos que los talibanes tenían secuestrado a un periodista americano virtualmente bajo sus narices? Si lo sabían, ¿por qué no hicieron nada? Si no lo sabían, ¿fue porque a la inteligencia pakistaní le faltaban fuentes y capacidades? ¿O no estaban interesados? ¿Y qué sabe la inteligencia pakistaní hoy en día –o qué podría aprender y compartir– con respecto al paradero de bin Laden?

Un último punto: Como vimos antes, durante siete meses hubo un apagón informativo sobre el secuestro de Rohde. Esa historia no la cubrió ningún periódico, ni tampoco la televisión. A petición del New York Times, hasta Al-Jazeera se abstuvo de poner el vídeo de Rohde en cautiverio. Si hubiesen capturado a cualquier otra persona, digamos a un soldado americano, a un diplomático americano o a un investigador de un centro de pensamiento político, ¿habría sido el New York Times igual de cortés?

©2009 Scripps Howard News Service
©2009 Traducido por Miryam Lindberg

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